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El presidente Evo Morales sigue confundiendo o ignora supinamente que entre el asilo y las decisiones judiciales, hay un mar de diferencia. Los asilados son perseguidos políticos, sin garantías de debido proceso y normalmente son sentenciados por el poder de turno antes de ser vencidos en juicio. Todo se mueve con la presunción de culpa, y no con el de inocencia.
En cambio, un sentenciado supone un proceso en forma, con las garantías mínimas, y que luego de todo un proceso, se le encuentra o no culpable. No hay una presunción de culpa, sino de inocencia. De modo que tratar de juntar en el mismo saco a refugiados políticos, requeridos por el poder Ejecutivo boliviano, y no por el Poder Judicial de ese país, es una demostración del vil manejo político en estos temas.
En los albores de la civilización, era la tribu la que sentenciaba. En el derecho moderno, los estados encargan esa función a personas especializadas: los jueces. Juntar el Poder Ejecutivo con el Poder Judicial en un solo saco, es propio de las monarquías como las que instauraron los Luises en Francia, o las más abyectas dictaduras de Hitler, Mussolini, Stalin, y otros, que a la razón y la justicia le colocaron sus botas.
Ahora, como alguien le ha dicho a Evo que el concepto de soberanía es inherente al Estado, que no tiene por qué rendir cuentas a nadie, y que por eso el Perú otorgará asilo a quien le venga en gana -más aún que ahora es clarísima la persecución política en Bolivia-, pues entonces como cualquiera de esos totalitarios de actitudes pero genuflexos de cerebro, el sátrapa de ojotas, ha enviado a sus ovejas y auquénidos domados para que amenacen con expulsar a todos los peruanos que tanto le han dado a Bolivia, en represalia porque no los enviamos al crematorio de las honras en que se ha convertido hoy Bolivia.
Sin embargo, el Perú, que fácilmente podría hacer lo mismo porque al sentenciado terrorista Walter Chávez, amigo íntimo de Evo, con el que comparten quién sabe qué secretos, pues no lo devuelven. Y acá no hemos hecho ninguna manifestación burlesque para conseguir por hechos lo que en derecho es imposible. El Perú, aun con sus reveses, tiene coherencia.
De manera que una vez más, quien arroja el tablero por estar perdiendo, es Evo, y por ese mismo sendero caminan las relaciones entre Perú y Bolivia, que cada vez más se hunden en el fondo del mar que añora retornar Bolivia. Aunque la posición peruana, fraterna y solidaria, siempre condenó la mediterraneidad a la que fue postrada.
La triste lectura de la historia no entiende como es que nuestros hermanos altiplánicos pretenden expulsar a los peruanos. Si insisten en esa locura, terminarán como los albaneses o los siberianos, lugares que todos saben dónde quedan, pero que ahí nadie quiere ir.
Nuestros connacionales que habitan, trabajan y hacen crecer el Alto de la Paz, están siendo amenazados con ser quemados, y expropiadas sus propiedades, y encima les han dado términos fatales para que salgan de Bolivia.
Parece la historia de la noche de los cuchillos largos y de los vidrios rotos, que sucedió en los albores del nazismo en Alemania, cuando empezaron a perseguir a los judíos, quieren emularla en el altiplano. Pero Evo no es un Hitler persiguiendo a los judíos; ni un Milosevic, a los croatas; menos un zulú, a los tutsis. No, son sólo amenazas de estampidas de llamas que pretenden con esas poses demostrar que en Bolivia hay un jefe, un solo cerebro, y por ende un solo capricho.
Lo mejor que podemos decirles a nuestros compatriotas allá por las tierras bolivianas, es que regresen y repatríen sus capitales. Acá tenemos un manejo económico serio y es pronosticable. Allá en Bolivia, cualquier cosa puede pasar.
Finalmente, si los empresarios bolivianos están emigrando a nuestro país, y son bienvenidos porque contribuyen a la economía nacional ¿Por qué no regresar a su patria los verdaderos dueños de su tierra, en vez de tolerar epítetos de bajo calibre?