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El 19 de mayo del 2011, un grupo de notables intelectuales, artistas, políticos y hasta periodistas se reunían en la casona de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. El motivo del encuentro era servir de testigos del “Compromiso en defensa de la democracia y contra la dictadura” de un candidato presidencial que, a esas alturas, representaba la única alternativa a un posible mandato de Keiko Fujimori.

Así, acompañado por su esposa Nadine Heredia, Ollanta Humala juraba -entre otras cosas- hacer frente a la corrupción ante un público que él mismo llamó “un grupo de ciudadanos de indiscutible credibilidad”. Ocho años más tarde, el chiste del juramento se cuenta solo.

Como me decía el politólogo Arturo Maldonado en una entrevista, escenarios como este se han convertido casi en una tradición en los procesos electorales peruanos, donde la oferta electoral nos obliga a elegir por descarte. El problema es que el rechazo a un candidato que encarna la ilegalidad, la corrupción o el irrespeto a los derechos humanos suele llevar a un sector de intelectuales a apoyar la opción contraria, creando falsas dicotomías como las de “candidato honesto versus candidato corrupto”, “opción legal versus opción ilegal” y así. Y digo falsas porque, a estas alturas, si algo nos ha demostrado la experiencia, es que los candidatos que representaron la opción honesta hoy se encuentran prófugos, en prisión preventiva o con serias investigaciones por corrupción en curso.

Lo vimos con la candidatura de Alejandro Toledo en el 2001, que encarnaba el renacer de la legalidad y la democracia frente a la dictadura de Fujimori. Y lo vemos, más fresco que nunca, con Susana Villarán, cuyas campañas por el “No” a la revocatoria y la reelección se plantearon como la alternativa honesta frente a las mafias de la corrupción.

El endose a un candidato no es necesariamente malo. De hecho, es parte del ejercicio de nuestros derechos políticos. Pero, a menos que queramos seguir pecando de ingenuos, el apoyo debería alejarse ya de dicotomías probadamente erradas y centrarse en propuestas concretas. Sobre todo si quien apoya se presenta como garante.

La periodista Mabel Huertas lo dijo ya en un tuit tan duro como cierto: “(…) Hipotecar tu credibilidad como personaje público al apostar ciegamente por uno de ellos debe traer consecuencias. Para un periodista es fatal, porque es su único capital”.

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