Llego a una agencia de viajes para comprar mi boleto y la cola para la atención tenía forma de una T invertida. No sabía dónde continuaba, pero me puse al final del lado izquierdo, total, por los dos lados era el último. Esperando a que llegue mi turno, una mujer y una niña se acercan a la boletería. Con cara de querer que la atiendan primero, la señora muestra desesperación al mover las piernas y la cabeza.

Sin decidir ni pedir que le den el pase a la señora, preferí observar el comportamiento del resto de usuarios que pugnaban por un pasaje interprovincial. Como la cola no tenía dirección, vi que la mujer ya estaba en el mostrador, sofocada, con el cabello húmedo y siempre cogiendo a la menor de edad. Pensé que ese apuro inicial no era más que un alarde para saltar turnos, así que me quedé a la expectativa a ver qué pasaba. ¿En estos casos decimos adiós a la igualdad de género?

Para nadie es justo esperar, menos parado haciendo una cola que nos trae recuerdos de tiempos ochenteros. Pero allí estábamos un buen grupo, hombres en su mayoría, a la espera de que la trabajadora de la empresa de transporte acelere con los trámites y emita los boletos con mayor rapidez, cosa que no ocurría. Comenzó a llegar más gente y ya todos estábamos apoyados en el mostrador como compradores de bebidas en concierto.

Nadie respetaba la cola, todos pedían boletos, la mujer y su niña entre el tumulto, otros se daban cuenta que no les alcanzaba el dinero y unos pocos permanecían flemáticos, como si el viaje fuera para fin de año. “Paguen con sencillo, que no hay para dar vuelto”, dijo la empleada de la empresa transporte, por lo que de inmediato empecé a contar mentalmente mi dinero sin despegar la mirada de la boletería.

Ya tenía 20 minutos desde que había llegado a la agencia y la desparramada cola era un pandemonio. Hasta el hombre que recibía las maletas fungía de administrador y sugería los carros que debíamos tomar. Pero hablar todos a la vez no es la voz y este no era un mercado sino un terminal terrestre donde acude gente que quiere comprar boletos de viaje.

Desde un principio no hubo orden. Pero, la mujer con la niña, empeoró las cosas por creer que el hecho de ser madre -si lo fuera- se antepone al derecho del resto de personas que solo piden igualdad de condiciones y no ser pisoteadas por haber ido solas a comprar un boleto. Al final, la mujer logró que la atendieran pero no tenía sencillo, no quedándole de otra que apelar a la caballerosidad de quienes antes había ninguneado. No sé si nadie tenía sencillo, pero no hubo respuesta. Es el respeto el que debe ser la prioridad.