Los comicios de ayer en Nicaragua han sido un remedo de proceso electoral, donde la prepotencia, sinvergüencería y arrogancia del dictador Daniel Ortega, nos muestran los límites macondianos a los que puede llegar una tiranía que avasalla la separación de poderes, a la oposición y a la prensa para quedarse en el poder a punta de un discurso populista y plagado de demagogia.

El exguerrillero Ortega, un sujeto que en 1979 se hizo del poder por las armas disfrazado de Fidel Castro, ha hecho lo que le ha dado la gana para competir solo en un proceso electoral que en verdad es una farsa que ha hecho que ese país centroamericano quede convertido en un paria para la comunidad internacional que cree en la democracia y los derechos elementales de las personas.

Ningún país decente puede reconocer los resultados de ayer, que en teoría extienden el mandato del tirano, que retornó al poder el 2007, hasta el 2027, todo esto a punta de arbitrariedades que han incluido el arresto de candidatos opositores y el acoso a medios y periodistas independientes. Se trata, pues, de la aplicación del manual de las tiranías del llamado socialismo del siglo XXI que contaminan la región.

Queda estar muy atentos a cuál será la reacción de nuestro gobierno ante los resultados de esta parodia de elecciones nicaragüenses, pues el tirano Ortega está en la “órbita” en que navega rumbo al fracaso el régimen del presidente Pedro Castillo.