El mayor milagro del comienzo del siglo XX, fue sin duda, la maravillosa aparición, un día como hoy, 13 de mayo y hasta octubre de 1917, de la Virgen María a tres pastorcitos: Lucía, Jacinta y Francisco, en la aldea de Cova de Iria, en Fátima, Portugal. La gente quedó rendida ante tan inefable acontecimiento sobrenatural, solo explicable desde la fe, que conmocionó en plena primera guerra mundial (1914-1918), y cuando se producía el triunfo de la Revolución Rusa en ese año que acabó con el Zar Nicolás II y toda su familia, y en un momento en que el marxismo promovido por los bolcheviques, se enfrentó a la religión, auspiciando el ateísmo, contagiado por el materialismo histórico y dialéctico y la pregonada lucha de clases, aparecida en el siglo XIX, en plena segunda revolución industrial europea. Enloquecidos por el milagro, los comunistas buscaron diezmar a la Iglesia cuestionando la existencia de Dios, al difundir, años después, que Yuri Gagarin, el primer cosmonauta que dio la vuelta al espacio, dijera el sonado epitafio: “Donde está Dios que no lo veo”. Olvidaron que Fátima fue un acto de fe incompatible con la demostración científica y aunque la religión y la ciencia, jamás han sido incompatibles, someter al rigor de la prueba, hechos de fe, siempre será descabellado. Después de las dos guerras mundiales, Fátima contribuiría a atenuar y regular los conflictos, promoviéndose la paz internacional por la ONU. Solo uno de los niños -Lucía- quedaría en el mundo para testimoniar extraordinaria evidencia hasta su muerte (2005), y la comunidad planetaria, 103 años después, no lo olvida.