La Revolución Francesa, aquella gesta que cambió la historia de la humanidad, al tirarse abajo la monarquía absoluta del rey Luis XVI y del denominado Antiguo Régimen que él encarnaba, fue trascedente como hecho por su legado para la democracia. El día de la histórica revolución parisina las fuerzas revolucionarias francesas tomaron por asalto el antiguo recinto medieval de la Bastilla que se había alzado en símbolo del despotismo monárquico. El rey de Francia y su esposa, María Antonieta, guillotinados poco tiempo después, fueron los últimos inquilinos del Palacio de Versalles, recinto convertido en la frivolidad e indiferencia monárquicas con enorme desprecio por las necesidades sociales en el reino. La Revolución no fue obra del pueblo en sentido estricto, sino de la burguesía, que como ahora, era la clase pensante y por eso siempre ha sido temida y por eso también la mejor forma de neutralizarla ha sido castigándola hasta buscar volverla vulnerable. Sus exponentes fueron los célebres representantes de la Ilustración –Rousseau, Voltaire, Montesquieu, Diderot, D´ Lambert, etc.,–, aplaudidos intelectuales y enciclopedistas por cuyas reflexiones filosóficas fue frontalmente cuestionado el derecho divino que predominó por muchos siglos como causa perfecta para justificar el mantenimiento del poder político. A los caprichos cortesanos, donde los reyes sin inmutarse se ufanan decir, como Luis XIV, que “El Estado soy yo”, irrumpió la idea universal de que todos los hombres somos iguales por naturaleza, también conocido como iusnaturalismo o derecho natural. Fue precisamente un día como hoy, el 21 de enero de 1790, que la Asamblea Nacional en Francia proclamó la igualdad de los hombres y mujeres, liquidando las pretensiones absolutistas anteriores. Era el preámbulo de la Constitución de 1791 sancionada por la Asamblea convertida entonces en Constituyente porque la redactó. Así, la soberanía del monarca pasó a la soberanía del pueblo. Esto último fue lo más extraordinario porque a partir de ese momento el poder del pueblo se impone democráticamente porque jamás puede haber otra forma para hacerlo, decidiendo el destino de los pueblos. Pegado a la democracia, yace el valor de la libertad y los derechos humanos, que históricamente hasta ese momento, nunca jamás habían sido atendidos.