Francisco, el primer papa americano, sin duda, es el pontífice de los grandes cambios en la historia de la Iglesia contemporánea. Desde que asumió sus destinos terrenales se ha mostrado decidido en realizar progresivas y profundas transformaciones en el modus vivendi y en su gobierno interior. Por esa razón, ayer ha decidido derogar aquella norma eclesial que permitía el secreto pontificio sobre casos de naturaleza sexual -pederastia- que por esta norma escudaba a los autores de la acción de la justicia. Francisco le dice no a la impunidad intramuros y supera el escándalo que la propia Iglesia evitó a cualquier precio en distintos momentos de su historia de 2 mil años. En adelante permite que la información sobre casos de abuso sexual llegue a manos de la justicia civil que es donde deberá determinarse el tamaño de la sanción y la pena. El Papa argentino no es ningún cándido eclesial y al haber detectado cuestiones inmorales ha decidido combatirlas. Sabe que los casos conocidos -en nuestro país jamás pasará desapercibida la denuncia de abuso sexual al fundador del Sodalicio de Vida Cristiana, Luis Fernando Figari-, afectan a la Iglesia más allá de que aprendimos en el catecismo que la Iglesia misma es una, santa, católica y apostólica. Pero sabe también que es peor proteger con el silencio como derecho, los referidos escándalos, los que a estas alturas de la vida internacional, no se puede ni se debe ocultar. Recordemos que la Reforma Religiosa del siglo XVI históricamente fue uno de los momentos más críticos del cristianismo y la Iglesia pudo salir adelante no solo por la Contrarreforma sino, además, por los verdaderos propósitos de enmienda. Los imputados que creyeron frescamente continuar sus días en el olvido por sus víctimas, se equivocaron pues éstas jamás borrarán de sus mentes la desgracia ocasionada solamente atenuada cuando la justicia civil haga su trabajo de aplicarles con severísima determinación el castigo que merezcan. Figari y muchos otros depravados, ya están advertidos.