La realidad golpea nuevamente sin misericordia ni premeditación, como solo la realidad puede hacerlo. La última participación de la selección Sub-17 en el Sudamericano de la categoría fue un auténtico fracaso, quedando claro que el futuro de Perú es sombrío, por no decir inexistente. Poco antes de este desastre, la categoría Sub-20 ya nos había deprimido con otro Sudamericano para el olvido, sin embargo, lo de los chicos dirigidos por Juan José Oré es dramático por la circunstancia; al tratarse de una categoría tan joven, la certeza es hiriente y brutal.

Lo que se vio esta vez, ni siquiera nos permite refugiarnos en el torpe y recurrente consuelo de la actitud, del empuje signado por una mala suerte ancestral que nos aleja de nuestros objetivos. Ahora no hubo con qué digerir el amargo trago del fracaso, nos arrebataron el último trapo con el que podíamos cubrir nuestras vergüenzas, ese que habla de la entrega. El equipo peruano carecía de alma, de principios, de motivación. Resultó deprimente ver a un grupo de muchachos que apenas comienzan a vivir sin una pizca de rebeldía, de atrevimiento.

En los dos primeros partidos, Brasil y Argentina nos golearon 3-0 y en el tercero Venezuela se impuso por 3-2. Una de las peores presentaciones de Perú en lo que lleva de jugarse el Sudamericano.

Pero, repetimos, el problema principal no radicó en perder, sino en la manera en la que se hizo, sin corazón, sin lucha. Cuando los brasileños y los argentinos iban arriba en el marcador, los peruanos parecían ansiosos no por remontar, sino porque el partido llegase a su fin y, de esa manera, poder irse en paz a sus refugios de segura mediocridad.

Perú no tiene futuro, esa es la certeza que queda de todo este bochornoso espectáculo. Estamos lejos de recuperar el rumbo y no hubo un solo indicio que nos permita creer que la situación tiene alguna solución, ningún camino se insinúa como el correcto. Una de las banderas de la presente gestión de la Federación Peruana de Fútbol (FPF) era la responsable labor que se pretendía llevar a cabo en el fútbol de menores. Pero esta reciente experiencia echa por los suelos cualquier ilusión que haya osado formarse. Solo el trabajo, el tiempo y, sobre todo, los resultados dirán si realmente existe algún cambio en las estructuras de nuestro fútbol base. Lo que acabamos de ver es triste, patético y humillante.

Solo espero que la fecha doble de Eliminatorias que se aproxima y sus efluvios no nos cieguen de esta lamentable realidad, debemos recordar este desastre cada día como una cruz que estamos obligados a cargar. En este país no hay nada que celebrar, porque se nos arrebató el futuro.