Ayer concluyó el tercer gabinete binacional con Bolivia y ha sido aquí en Lima -el anterior lo fue en Sucre-, y en el mes de diciembre lo tendremos con Colombia. Hubiera sido mejor que lo sea en la zona de frontera para relievar permanentemente el valor de los espacios limítrofes. Jorge Basadre en “Perú: Problema y Posibilidad” presentó uno de los mayores dramas de nuestro país a lo largo de su vida como Estado independiente: la febril vocación centralista de nuestros gobernantes y de la clase política peruana, donde las prioridades del Estado por supuesto no estaban precisamente en el inmenso territorio nacional. 

Lima lo era todo y ese grave error histórico nos ha producido un mal que, es verdad, en la última década y media se ha buscado enmendar. El centralismo negó toda posibilidad a la política de fronteras vivas que es esencial para el desarrollo. Acercar el Estado y todo su tamaño hacia las zonas fronterizas para conocer la realidad del otro Estado, siempre fue un enorme reto y ahora hacerlo es una exigencia que debe verse como política de Estado.

La gente de los rincones de la patria se ven realmente identificada con la autoridad nacional cuando esta llega hasta ellos. Nada como verlos en vivo y en directo, por eso -insisto- hubiera sido mejor que el encuentro sea en la zona altiplánica. El primero que tuvimos con Chile, programado inicialmente en el mágico Cusco, por diversos asuntos en el frente interno terminó siendo en Lima cuando pudo hacerse, por ejemplo, en Tacna dado su reporte de histórico. En términos de costos, la logística que demanda el traslado del jefe de Estado y su gabinete de ministros -supone también una cuota de vigor y energía humanas- hasta las zonas de fronteras, jamás será equiparable a la rentabilidad político-social de su resultado. Este tipo de reuniones, que suelen ser muy ejecutivas, supone la firma de una Declaración conjunta, donde lo realmente relevante son los compromisos a los que llegan los Estados con el rigor de su cotejo anual para medir el tamaño de su utilidad.