Los sucesos desencadenados luego de la gran marcha nacional de protesta han revuelto de tal manera el tablero político nacional que ya estamos viendo sus primeras reacciones.

Luego de los primeros momentos en shock han seguido las renuncias, pedidos de perdón, aparición y desaparición de candidaturas. Una por otra, te compenso. Todos los movimientos que se observan apuntan, obviamente, a posicionarse lo mejor posible después de haber quedado desnudados ante la opinión pública.

Es el resultado de la lectura, no siempre acertada, de lo que será el sentir de los electores en los próximos comicios. Pero, en el fondo, nada ha cambiado, siguen siendo los mismos rotando el disfraz porque no hay nuevos rostros, nuevas propuestas ni nuevos compromisos.

Esa es la explicación del mutuo deseo de polarizar, de llevar las opciones de decisión a los extremos. Y como ya sabemos, casi nunca los extremos son buenos. No tenemos, o no se asoman, las opciones moderadas, de centro, los que es más probable que sí representen al electorado nacional.

Los extremos duros ya tienen sus leales seguidores, ni para qué persuadirlos. Son la minoría que, siendo los más beligerantes, mantienen a la multitud, agachados en la trinchera, en medio del fuego cruzado.

Esas son las minorías radicales que no nos representan y que quieren imponerse. Cada uno se apropia de lo que no les pertenece, unos de los Derechos Humanos, otros de la defensa de la vida (contra el aborto), unos de los LGTB y otros de la Familia. Nadie se apodera de la corrupción, pero ambos la poseen.

Todavía habrá muchos más movimientos de piezas en este tablero hasta el día de las elecciones, intentando un gambito, aunque sospecho que ya la juventud marcó distancia con los que representan la descomposición y la incapacidad moral permanente.