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Con el nombre de pila Mohandas Karamchand Gandhi, el día de ayer, la India y el mundo entero celebraron 150 años del nacimiento de Mahatma Gandhi -que significa “Gran alma”-, el personaje de la historia universal del siglo XX más relevante que consagró su vida y actuación política a pregonar la no violencia como método, objetivo y finalidad en el relacionamiento entre los Estados que pueden experimentar controversias y conflictos. La India, mirando retroactivamente su historia y el enorme legado de Gandhi, se rinde ante tan emblemática figura nacional que fuera el artífice de su independencia del Reino Unido en 1948. La personalidad de este abogado y político hindú fue realmente arrolladora. Gandhi nunca impostó nada. Él era genuino en su aspecto, en su vestir, en su actitud y en su discurso. Aquietó los extremismos intraestatales que, avasallados por su invocación permanente de la paz, terminaron asesinándolo en manos de un fanático. Gandhi dio una lección innovadora al derecho y a la ciencia política al sostener que la vía pacífica es el principio más eficaz para romper las cadenas del yugo y del dominio, tirándose abajo a las doctrinas e ideologías que insistían en la inexorable existencia del uso de la fuerza para lograr las transformaciones, lo que fuera sostenido por las posiciones dialécticas que se pusieron muy de moda por esa época con el triunfo de la revolución de Mao Tse-Tung en China. Gandhi, entonces, es uno de los máximos exponentes del principio de solución pacífica de las controversias, que tuvo enorme acogida luego de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). El gran personaje que fue Gandhi constituye uno de los más grandes precursores de la juridización del concepto de la paz, coadyuvando en volverlo derecho con efectos o consecuencias en el campo de la norma jurídica del derecho interno e internacional. Gandhi tuvo de su lado el auge del proceso de descolonización, que facilitó que los ingleses dejaran para siempre la India. Fue grande porque evitó la sangre en el acto liberador para su pueblo.