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Cuando se trata de desconcertar, nuestro Congreso siempre está a la altura. Anda envuelto en un caos que no permite hoy mismo saber cuántas bancadas existen ni estimar cuántas habrá en unos meses, cuando se acerque la elección de la Mesa Directiva, razón de fondo de tan dignísimos pleitos televisados. Las cuotas de poder de comisiones, el manejo del presupuesto y la agenda, la decisión de a quién se investiga y a quién no, y por supuesto la planilla, están en la raíz de las discusiones supuestamente principistas. Ese ha sido el incentivo para el actual brote de “bancadas” (facilitado por un confundido TC que piensa que los congresistas cambian de camiseta “por razones de conciencia”. Sí, claro). Pero que también se explica en el inmediatismo de los fujimoristas y su habilidad para dilapidar como nadie un capital político.

No es difícil adelantar que el fujimorismo hará lo posible para retener a los congresistas leales o aliarse con otros en secreto para mantener su peso en decisiones y debates, como se intentó sin suerte en la Comisión de Ética con el caso López Vilela o ayer en el pleno. Pero es también claro que el golpe de timón facilitó la aparición de bancadas con personajes contradictorios como Heresi, Olaechea y Castro en la bancada Acción Republicana, o movidas de última hora como el pase de la legisladora Herrera a esa agrupación. U otras como la bancada de los liberales, que entienden más auspicioso ser más oficialistas que los que quedan en PPK, sin dejar de mencionar a la izquierda pionera de este transfuguismo.

¿Es ingenuo pensar que en esta dispersión e injertos políticos primará la madurez para lograr consensos? La atomización del Congreso no pone necesariamente en riesgo la tarea legislativa, pero tampoco asegura un “equilibrio saludable”, como aspira el premier Villanueva. Dependerá de cómo las once o más bancadas entiendan la necesidad de alcanzar acuerdos que por mínimos que sean reemplacen el “todo o nada” de los últimos periodos. Solo así sabremos si los traspasos y rejuntes que hoy vemos no terminan en el gatuperio que la gente ya no está dispuesta a ver y mantener.

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