La polarización parece ser una ruta inesquivable en el destino del país. Hacia donde vayamos, sea cual fuere el objetivo trazado, el camino emprendido, la meta anhelada, esta nación en ciernes y este conglomerado de voluntades al que llamamos Perú siempre se partirá en dos, inevitablemente.

Los caviares y los anticaviares, los fujimoristas y los antifujimoristas, la Constitución de 1993, la pena de muerte, la pertenencia a la CIDH, el Acuerdo de Escazú y un largo etcétera de temas fundamentales o triviales dividen este territorio y marcan una frontera ideológica invisible pero tenaz a lo largo del tiempo. Lo último de este fenómeno es la vacancia presidencial.

Ahora resulta que quienes opinan a favor de la destitución del presidente son los defensores del golpismo más ruin y de la antidemocracia más elocuente. Es decir, no son golpistas los que buscaron un pretexto para cerrar el Congreso, apelaron a una “negación fáctica” y se tumbaron a los enemigos políticos de un zarpazo.

No lo son los que se zurraron en la opinión de la gran mayoría de los más reputados constitucionalistas del país que coincidieron en que la disolución del Legislativo -sin el permiso del Consejo de Ministros- fue un acto arbitrario, ilegal y abusivo.

No son golpistas los que ahora defienden la permanencia en la más alta jerarquía del Estado de un sujeto acusado con las pruebas más fehacientes e irrefutables, que balbucea cuando se le piden explicaciones y apela a las generalidades más elementales y burdas para defenderse sin aportar una sola idea a su favor.

No lo son los que recurren persistentemente a las Fuerzas Armadas para advertir que ellas no permitirán que se interrumpa el orden constitucional, léase -Martos dixit- que prospere una vacancia cuya pertinencia puede ser objeto de debate pero cuya legalidad está al margen de cualquier discusión.

Y sí, es una pena coincidir con el facineroso de Antauro -al que utilizan para deslegitimar la vacancia- pero las ideas genuinas no se colocan en un platillo de la balanza para compararlas con otras extremistas o desorbitadas sino que se exponen tras un peregrinaje obligatorio por los santuarios de la conciencia, la razón y la verdad. Y luego se opina, autónomanente, le arda a quien le arda.