Toldo rojo. La pollada hierve. En la puerta, cobrando y rematando tarjetas, ríe Orellana. Tarjeta aceptada, tarjeta pagada, advierte, mientras Benedicto, el guachimán, se muestra presto a ajustar a los faltosos. Llega Belaunde y apoya con cinco tarjetazas. El hombre tiene plata. Doña Heredia, frente a la parrilla, cocinando todo entre lenguas de humo y chorizos, festeja la deferencia de su amigo. “Bien ahí, varón”, dice a todo diente. Para no quedarse atrás, ‘Chocherín’ se manda con siete tarjetas más. La plata llega sola.

Desde el fondo, plato en mano, Alan grita “¡ají!” e, ipso facto, Daniel, el travieso, le trae una compacta mezcla de rocoto, limo y ‘pipí de mono’. Toma, mientras. Afuera, al cuidado y vigilancia de los carros, está el flaco L. Meneses. Por siaca. Y no va a ser. Unos piden rock, otros salsa y los más nacionalistas chicha. La disc-jockey Anita ya no sabe qué hacer. Nadie baila a su ritmo y, hastiada, solicita ayuda. Daniel, sigiloso, se acerca para tomar la tornamesa y apropiarse de la música, pero lo abuchean. “¡Fuera de acá, figureti!”, exclama el wachiturro Cateriano. “Pongan ‘Amor, amor’ de mis chocheras los Gaitán Castro”, reclama el Cholo, mientras mete los dedos en su pollada. Él, de hecho, va hasta las últimas consecuencias.

En vestido blanco al cuete aterriza la Omonte y, fresca, pide más lechuga en su plato. El aguafiestas es Lisurattás, quien en voz alta apela a Doña Heredia para que la gente se deje de reclamos y coma nomás. En efecto, “¡a comerrr!” se dedica la China en su silla naranja, pero se cuida de que no le vayan a dar pollo malogrado, como a los niños de Qali Warma.

Patérola, incansable, a cada rato rinde cuentas a Doña Heredia de cómo va la venta de chelas al polo, en tanto el charapa Víctor, famélico, pide doble papa. Y así por el estilo. La pollada, recurso económico peruano aplaudido recientemente por el Banco Mundial (BM), llega a su fin y el comandante aparece presuroso solo para hacer la finta.