Satanizar a los programas de televisión y culparlos de todas las desgracias de la sociedad actual no es algo que compartamos. Mucho menos convertirnos en censores de lo que no nos gusta o creemos que no se debe ver porque a nuestro criterio “no es bueno”. También sería demasiado elemental concluir, por ejemplo, que en la educación de los niños y jóvenes más influencia tienen los integrantes de un reality, programa de TV o los personajes de una serie, que la educación y el ejemplo que les dan sus maestros y los que reciben en sus casas. Allí está el asunto. Cuando se quiere delegar a la pantalla chica lo que le corresponde a los padres. A todo hay que darle su exacto lugar. Lo que sí se debe exigir, y en eso no hay medias tintas, es el cumplimientro estricto de la ley de radio y televisión, el respeto al horario de protección al menor con contenidos acordes con lo que dictan las normas. Y sobre todo la autorregulación de los productores de contenidos televisivos para que no se cometan excesos que dan en la yema del gusto a quienes están detrás de cada error de una programación en vivo. Pues allí sí ganan por goleada los productores del reality Esto es guerra, que el último viernes emitió un penoso incidente entre dos de sus participantes, convirtiendo en un ring de box un programa que supuestamente ofrece diversión. Y claro, las muchachas terminaron siendo las culpables, las villanas de la historia, las “pirañas” del barrio, siendo expulsadas sin atenuantes por semejante desatino. ¿Pero quiénes generaron todo este escenario de violencia? Pues los productores, aquellos que quieren “pasar piola” haciéndose los indignados y mantienen una secuencia de tortazos en la cara que en muchos casos han servido de vendetta entre los integrantes del reality, y sobre todo en plena época de violencia, azuzándola. Hacer un “mea culpa” de modo frecuente es saludable, y mucho más si se tiene la responsabilidad de emitir contenidos televisivos en señal abierta y en un horario familiar. Los realities de competencia no son malos en sí. Proponer figuras saludables, participar en juegos y sacar cara por diversos equipos no es malo. Lo criticable es convertir un formato en una suerte de telenovela de la vida real, con romances, peleas, broncas, embarazos y demás perlas que han deformado en el camino la propuesta original. “Autorregulación”, señores, esa es la palabra, pero parece que no la quieren tomar en cuenta.