“Desleal”, “desagradecida”, “caviar”, derechista”… son algunos de los adjetivos lanzados contra la vicepresidenta Dina Boluarte de parte de los líderes y militantes del Perú Libre. El partido de Gobierno ingresa a un estado de descomposición. Hoy más que nunca se demuestra que este movimiento político se formó a nivel nacional más por acumulación que por conjunción de ideales. Y su llegada al poder se produjo gracias a la casualidad más que a sus propios méritos.

Me recuerda a la película Tiempos Modernos en la que el genial Charles Chaplin recogía una bandera (aparentemente roja) de un camión de carga y luego de correr algunas cuadras para alcanzar al vehículo y devolverla, lo único que hizo fue congregar a un montón de gente detrás de sí y generar una marcha de protesta.

Es evidente que Vladimir Cerrón construyó un partido en el que el único jerarca debía ser  él. Los demás tenían que ser comparsas. Ante su inhabilitación echó mano de Pedro Castillo para que postule a la presidencia. Su íntimo deseo era ser el poder detrás del trono, unir a todos bajo su dirección y que el Jefe de Estado esté condenado a ubicarse entre los adornos. Como decía el psicólogo y dramaturgo austriaco Arthur Schnitzler: “Declarar que es virtuoso que los hombres se sientan hermanados fue la idea genial de un poderoso que precisaba de una guardia”.

La división es notoria al interior de Perú Libre. Sin embargo, lo peor para nosotros es que esto sucedió también por el afán de disputarse las cuotas de poder. Hay una sensación de urgencia para apoderarse de  cargos y puestos del Estado. Por supuesto, la meritocracia queda de lado. El escritor y filósofo francés Jean Francois Revel decía que los izquierdistas tienen por finalidad “destruir el capitalismo, pero no instituir el socialismo, y que su objetivo fundamental es poner la economía y el hombre al servicio de la llamada ‘nueva clase’ dirigente” que él llamaba burocracia. Esa es la clave de la pelea en Perú Libre. Constituirse en la “nueva clase” que goce de las bondades del Estado. Y allí vale todo, menos pasar desapercibido.