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PPK jamás se imaginó seguramente que, cumplido el sueño de ser presidente de la República, iba a transitar también por una pesadilla de la que la sospecha fundada y la impericia para defenderse no lo permiten despertar.

Su diagnóstico actual es lapidario: develaron sus escandalosos vínculos con Odebrecht, parece que Jorge Barata no tiene ningún apuro en sacarlo de cuidados intensivos y Fuerza Popular y sus eventuales aliados ya alistan las fauces para engullirlo, con zapatos y todo.

Si la tendencia se mantiene y se cumplen los pronósticos de su vacancia, para Pedro Pablo Kuczynski, que confundió humor inglés con payasadas, buscar Palacio de Gobierno habrá significado también ir al encuentro de su sepultura política.

¿Acaso el fujimorismo keikista no quiere vengar la derrota electoral? ¿No es evidente que la comisión “Lava Jato”, con Rosa Bartra a la cabeza, hace rato que le ha puesto la cruz, con Héctor Becerril soltando los latigazos? Rayovac es la pila.

Por lo demás, a todas luces resultaba menos vergonzante que cualquier sentencia o acusación por sus pergaminos de lobista empedernido lo hallase en la comodidad de su casa, lejos del poder, a que manche el fajín presidencial que, en el entendido de las mayorías, según los últimos sondeos, le ha quedado demasiado grande pese a su experiencia en los recovecos del Estado.

No tiene la misma carga psicológica, ni para él ni para el pueblo, que a los 79 años le arranquen la investidura de mandatario y lo manden a su casa por “incapacidad moral permanente”. Eso implica que la clase política vigente ya no tiene salvación y que necesitamos una profilaxis urgente, que debe empezar a plasmarse en las elecciones municipales y regionales venideras.