¿Recuerda cuando la tarde de aquel 19 de noviembre de 2006 se puso a bailar huayno junto a su hija Kelly en plena plaza de armas de Trujillo? Tenía aún el cabello negro y la gente lo miraba con esperanza. Había dado el golpe y le quitó al Apra su histórico bastión.

Su gestión como alcalde no fue lo que se esperaba, pero al menos hubo ciertas obras de cemento. Fue reelecto, aunque con poco margen, claro indicador de que la gente ya no lo quería tanto. Ese segundo periodo no lo terminó por ir como candidato al Gobierno Regional de La Libertad, cuya elección también ganó.

Y aquí empezó el final, digamos. El rumor corría: sería electo gobernador y después renunciaría para lanzarse a la presidencia. Lo negó en todos los idiomas, pero eso hizo, justamente, “por el bien del país”. Y nos dejó como gobernador a un joven abogado cuyo mayor mérito es ser considerado por usted como un hijo.

La imagen de su partido se ha deteriorado por aquí. La ciudad y la región que usted juró amar al final poco parece importarle. Permitió que un alcalde con anticuchos judiciales llegue a la alcaldía, con un segundo que tampoco se queda atrás en esos asuntillos. Y en esta pandemia, en la peor crisis humanitaria que hemos vivido, han estado disputándose el poder, cual buitres.

Por añadidura, la gestión del gobernador Manuel Llempén, otro de sus “tigres”, hace agua y va de desatino en desatino en esta crisis.

Aún así, sus acólitos lo celebran y le mandan saludos de amor incondicional. Claro, seguro le deben mucho a usted. Pero usted le debe también mucho a esta ciudad y esta región, gobernada por su partido, con su liderazgo que hoy se asemeja -como diría un colega y amigo- a un espíritu chocarrero, a un fantoche. Tenga la bondad de pedir disculpas, señor Acuña; tenga usted un poco de vergüenza que no estamos para celebraciones mientras la gente se muere.

Feliz cumpleaños, igualmente. Y mírese en el espejo, más allá de su cara: repase qué es lo que ha hecho en este último año.