A inicios de los años noventa, el actor y comediante estadounidense Richard Pryor contaba que era increíble que no haya muerto todavía. Era una superestrella de Hollywood, siempre envuelto en escándalos de drogas. En una entrevista a la revista FHM incluso reveló medio en serio, medio en broma: “Con lo que gasté en cocaína me habría comprado el Perú”.

Por esos tiempos el Perú vivía una crisis económica sin precedentes y el narcotráfico galopaba hasta las altas esferas del poder. El país era asociado muchas veces a las drogas. Incluso algunos decían que era un “Narco Estado”. Además estaba jaqueado por el terrorismo y diezmado por las pugnas políticas.

Hoy vivimos una crisis por la pandemia del coronavirus que ha  destrozado nuestro sistema de salud y ahora va por la economía. Mientras tanto, la clase política no solo es incapaz de neutralizar el peligro, tampoco encara acciones en beneficio de los sectores más vulnerables, esos que están hartos de promesas incumplidas.

A estas alturas los enfrentamientos entre poderes del Estado no sirven para nada y claramente tienen otro trasfondo. Por un lado, un Congreso desesperado, aparentemente combativo y lleno de propuestas pirotécnicas. Por otro lado, un Gobierno lanzando amenazas a la vieja usanza y que sigue confiando increíblemente en sus reflejos.

Ante esta situación, la gente se aleja de sus políticos. La aprobación disminuye y podría generarse un traumático divorcio entre los ciudadanos y sus gobernantes. El problema es que ante la ausencia de líderes eficaces y honestos suceda la curiosidad y la mayoría se incline  por cualquier extremista.