Lamentable que una casa de estudios pública como la Universidad Nacional de Trujillo (UNT) haya decidido hacer un “homenaje” al guerrillero comunista Luis de la Puente Uceda, quien siguiendo el nefasto ejemplo de Fidel Castro en Cuba, intentó tomar el poder por la vía de la violencia empuñando ilegalmente las armas contra un gobierno, guste o no, legítimo y democrático como el que encabezó Fernando Belaunde Terry entre los años 1963 y 1968.
En cualquier centro de formación profesional donde se impartan valores democráticos y la necesidad de respetar la legalidad y la institucionalidad de un país, un subversivo que trató de imponer su prédica con la fuerza de las armas como De la Puente Uceda, tendría que ser un ejemplo a no seguir, y no alguien objeto de cualquier “homenaje” como el que le pretende hacer la UNT con su rector, Carlos Vásquez Boyer, a la cabeza.
Con qué cara este señor rector y sus profesores van a ir a dictar una clase, por ejemplo, a la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, y van a enseñar a respetar la Constitución, las leyes y los códigos por sobre todas las cosas, si saliendo del aula van a ir a lanzar loas a un pistolero cuyo “argumento político y legal” era el arma que cargaba hasta que tuvo que ser eliminado por la fuerza legítima del Estado en la zona de Mesa Pelada, provincia de La Convención, región Cusco.
Los peruanos deberíamos recordar que los sediciosos al mando de De la Puente Uceda, quien en los años 80 intentó ser reivindicado por la banda terrorista MRTA, tuvieron que ser combatidos por la Policía y el Ejército, y que hoy esta última institución, en una de sus marchas militares llamada Los comandos de la Breña, hace mención a las acciones de armas de Mesa Pelada, al igual que a las de Zarumilla en 1941, Chavín de Huántar en 1997 y otras.
Nadie que crea en el estado de derecho y en la urgencia de contar con profesionales que respeten a la Constitución y el ordenamiento jurídico, puede estar a favor del “homenaje” que pretende hacer la UNT a un subversivo. Tomar las armas para usurpar el poder legítimamente constituido no tiene nada de “romántico” ni “legendario” ni es digno de “admiración”. Más bien, quien lo hace se convierte en un delincuente que debe ser combatido con la ley en la mano.