Las tormentas ciclónicas, aunque parezca mentira, se forman en las costas de África, que son ideales para su génesis. Son las aguas templadas y la carencia de cambios de vientos las condiciones principales que fomentan el crecimiento de estas.

La temporada de huracanes en la cuenca del Atlántico comenzó oficialmente el 1 de junio y concluye el 30 de noviembre. Se prevé entre 15 y 17 tormentas tropicales, y que de ellas seis o nueve se conviertan en huracanes.

El 2017 es una temporada activa, pero dentro de los parámetros normales. Hasta la fecha se han formado 12 tormentas tropicales, de las cuales seis se han convertido en huracanes y tres de ellos alcanzan categorías superiores en la escala de intensidad de Saffir-Simpson.

Con la tecnología que cuentan los países afectados por estos fenómenos, recurrentes y anómalos, estos se convierten en pronosticables, pero inevitables. A ello se debe la poca cantidad de muertes, aunque las pérdidas materiales son cuantiosas.

No se trata del cambio climático, para los que quieran meter el tema. Para ello tendríamos que hacer comparaciones de décadas y como hay pocas apariciones de huracanes en la escala de tiempo, su análisis se hace gaseoso, haciendo que todo quede en teorías e investigaciones validas, pero teorías al fin y al cabo.

Dos conclusiones: la tecnología nacional de Estados Unidos le permite salvar vidas y comparte con sus vecinos la información para ayudar. Nosotros sufrimos también fenómenos recurrentes y anómalos, y podríamos compartir nuestra data si tuviéramos esas herramientas para salvar vidas.

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