El primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, ha asegurado que el avión de la aerolínea Ukraine International Airlines con sus 176 pasajeros -un tercio eran canadienses- que recientemente fuera derribado por un misil a poco de despegar del aeropuerto internacional de Teherán, fue hecho por una operación militar iraní. La aseveración es muy grave y riesgosa porque imputa a Irán una responsabilidad de consecuencias impredecibles en momentos en que prima la tensión internacional y se quiere evitar una escalada que ni siquiera Washington ni Teherán puedan detener. Irán lo ha negado y entonces la pregunta que salta a la vista es ¿A quién creerle?. En casos como éste que ha desgraciado a las familias de las víctimas, la referida sensibilidad supone un factor muy importante a la hora de tomar decisiones en que actuar con cabeza fría para no lamentar resultados no reparables. En la hipótesis de que efectivamente haya sido una operación que forma parte del cumplimiento de las amenazas o del discurso de la venganza lanzado por Irán luego del asesinato del general Qasem Soleimani por el disparo de un dron estadounidense, entonces, tendríamos que concluir de que Irán habría calculado muy bien su cometido pues reflejaría que sus autoridades mantienen intacto el magro recuerdo del avión de Iran Air - vuelo 655, que teniendo la ruta entre Bandar Abbas y Dubái, fue derribado el domingo 3 de julio de 1988, en las postrimerías de la guerra entre Irán e Irak, por el crucero lanzamisiles estadounidense USS Vincennes, muriendo en el acto sus 290 ocupantes. Los familiares de las víctimas van a exigir a Trudeau que, más allá de pedir explicaciones satisfactorias Irán, presione a Trump con “medidas” concretas. Veremos si el joven primer ministro canadiense tendrá la fuerza necesaria para hacerlo, a la luz del mensaje a la nación de Trump del último miércoles, en que pareciera más bien decidido a dejar las cosas como están luego de observar a los impredecibles y enardecidos persas.