Impuestos inmorales
Impuestos inmorales

La rebaja impositiva que anunció el Gobierno fue empañada por hechos posteriores que no revelan la audacia necesaria para hacer de esta medida una nueva manera de encarar el crecimiento. En efecto, el ministro de Economía se apresuró a dejarnos claro que la reducción del impuesto a la renta sería en varios años y que sería compensado con el impuesto a los dividendos. Además, nos advierte que el fisco no está preparado para asimilar una reducción del IGV -aunque nos vienen diciendo que al Gobierno le sobra la plata-, mientras que no dice absolutamente nada de los esfuerzos que debiera realizar su despacho por ampliar la base tributaria mediante una acelerada formalización.

Todo este tema me hace reflexionar sobre la célebre frase de Einstein, que decía que lo más difícil de comprender en este mundo es el impuesto a la renta. La razón que encuentro es que ese impuesto “penaliza” el éxito: si tengo más éxito -al menos, profesionalmente o en el trabajo-, soy mejor cotizado y gano más. El impuesto a la renta, que además se aplica bajo el criterio de mayor porcentaje a quien más gana, nos dice: si tienes éxito y ganas más, te penalizamos más fuerte. ¿Qué trasfondo hay aquí? Que el éxito es malo, y por eso, castigable. Y más castigable a medida que es mayor el reflejo del éxito en una mayor renta. Realmente, difícil de entender.

No sé qué tiene que ver esto con un país que se supone estimula al emprendedor y la empresarialidad, conceptos vacíos para los hacedores de política que viven en la nube de sus teorías y del discurso políticamente correcto. Lo que sí sé, es que si esto suena contradictorio, es abrumadoramente inmoral que los impuestos pagados para que el Estado funcione, en beneficio de quienes los pagan, terminen financiando proyectos reeleccionistas, corrupción de funcionarios e ineficiencia burocrática. Y más inmoral si los que pagan esta cuenta tributaria siguen siendo los mismos.

Es mentira que aquí no hay redistribución. Basta ver quiénes pagan el grueso de impuestos y los beneficiarios de programas populistas clientelistas. O a quiénes les aplican normas draconianas para cerrarles sus negocios o confiscar sus ahorros, y a los que pueden tomar una plaza, una avenida o una carretera, perjudicando a medio mundo sin recibir sanción. Los impuestos son el vehículo de tal despojo, ante la desidia e indolencia de los gobiernos. A esto llamamos “inclusión social”, aunque se trate realmente de anarquía e inmoralidad.