Leía en una columna el sábado último que María, la madre de Jesús, había sido una adúltera, que se embarazó tras un revolcón con el ángel Gabriel y que para salvar de morir lapidada se inventó eso de que el padre de Jesús era Dios. De inmaculada y purísima a pecadora. No sabía si reír o llorar. Pensé en San Agustín, Santo Tomás de Aquino y otros padres de la Iglesia, que se rompieron los sesos en lo que es la base del pensamiento occidental, la teología, el derecho y la ética. Eso por el extremo de la ciencia; del otro, en tanta gente en el mundo que, si tomamos en serio la aludida columna, pasa a ser pobre gente ignorante e idólatra. Pensé que habría que preocuparse si las afirmaciones procedieran de un historiador religioso o alguien con autoridad de conocimiento en el tema. Pero no, nada, solo un columnista incursionando en temas de fe, donde o crees o te callas y respetas. Si crees también en la tolerancia, claro está. Eso de llamar la atención con la insolencia está de moda: “Vamos a joder a estos cucufatos que en este mes andan con eso de que nació el Redentor hijo de una virgen y de San José, que no era su padre”. A ver si replico lo de Charlie Hebdo en París, donde a los blasfemos de Mahoma les costó la vida en manos de los radicales asesinos del EI. Pero, claro, difícil atreverse a ofender las creencias sobre la madre de Mahoma en Francia, ni hablar de hacerlo en Siria. Gracias a Dios (y a la Virgen también), los cristianos aquí no le pondrán un dedo encima. Solo le pedirán que respete lo que otros creen, como esos otros respetan su derecho a no creer, o a creer en lo que le dé la gana. Si los católicos (y pecadores) pronunciamos el padrenuestro y el avemaría es porque creemos en aquello que decimos, no porque lo aprendimos de paporreta.