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Este es un país de inmigrantes. El Perú se construye por la mezcla de todas las sangres, lo que nos ha enriquecido históricamente. La grandeza de nuestro país está fundada en este crisol de razas que define la peruanidad. La vida peruana es una vida mestiza, abierta al mundo, y las grandes sociedades degeneran cuando se transforman en autarquías infectadas de complejos. Lo propio del carácter peruano es la apertura, la amistad fraterna, la síntesis viviente. Por eso debemos de recibir a nuestros hermanos venezolanos con los brazos abiertos, cristianamente, con peruanidad, fundiéndonos en un solo abrazo latinoamericano que hunde su raíz en los siglos que nos preceden.

De allí que la campaña liderada por varios de nuestros políticos y hombres de prensa tenga sentido: Venezuela está siendo arrasada por la bota del chavismo. Maduro es un dictador de manual y la destrucción de la sociedad venezolana ha provocado esta diáspora, frente a la cual no podemos mirar de costado. Todo lo latinoamericano nos incumbe. Todo lo humano nos debe preocupar. Por eso es imprescindible que los venezolanos sepan que no están solos, que el Perú va a responder con magnanimidad, que los peruanos somos conscientes del drama de su país y que no actuaremos de manera mezquina combatiendo su permanencia.

Los países se conocen en los momentos de aflicción y crisis. Los países se engrandecen por cómo responden a los desafíos. El Perú tiene que responder a la altura de este desafío. El gran Perú debe acudir al rescate de Venezuela, cobijando a los venezolanos de la diáspora y liderando la reconquista de la democracia arrebatada por el socialismo del siglo XXI. Venezuela bien vale un Perú.