Era esperado el anuncio del canciller Luna que el Gobierno del Perú está evaluando romper relaciones diplomáticas con Venezuela. Lo hemos venido diciendo en forma reiterada en esta columna. Las razones para hacerlo corresponden a dos niveles de grave afectación: 1) luego de desnudarse la incuestionable dictadura “madurista” que desprecia la voluntad de la inmensa mayoría de venezolanos que no quieren una Asamblea Constituyente, pero, sobre todo, que no quieren un día más a Maduro en el poder, la vinculación política con Venezuela está fracturada y aceptarla es parte del realismo político. Por tanto, resulta insostenible e incompatible que un país democrático como el Perú siga manteniendo la acreditación de una misión diplomática de un país antidemocrático como Venezuela; y, 2) bilateralmente, la degradación de la relación es profunda. Me explico. Nuestro Presidente fue insultado sistemáticamente por la diplomacia chavista por pedir a la región sumar esfuerzos para una salida negociada a la crisis en el país llanero. Por ambas razones, entonces, primero llamamos en consulta al embajador peruano en Caracas, y al escalar la crisis, lo retiramos definitivamente. En consecuencia, dado el reciente descalabro jurídico-político del régimen de Maduro al imponer una Asamblea Constituyente- cuyo propósito es aprobar una nueva Constitución que le permita perpetuarse en el poder- y a la luz de los antecedentes referidos, corresponde al Perú confirmar su vocación principista en la política internacional continental -algo que el eminente historiador y diplomático Raúl Porras Barrenechea legó a Torre Tagle cuando realizó una fiera defensa del principio de no intervención al advertir que EE.UU. pretendía que la OEA suspenda a Cuba del foro panamericano (1960)-, decidiendo soberanamente declarar persona non grata al embajador de Venezuela en el Perú, expulsarlo, y con ello, activar la ruptura de las relaciones diplomáticas de conformidad con la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961.