Iquique, o el día en que perdimos la guerra del Pacífico

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La escena la imagino más o menos así. El buque más grande de la armada peruana echado sobre su lado de estribor, o sea, de la derecha. Sus más de 3 mil 500 toneladas de blindaje y cañones de última generación arruinados, haciendo agua por los fondos abiertos como una cuchillada, luego de que el casco de la nave chocara con una roca que se suponía que no debía estar allí. Sus marineros desesperados, haciendo fuego de fusil, de revólver, de lo que sea, desde la cubierta cada vez más inclinada. Los artilleros heridos y enfurecidos, resbalando por las portas abiertas por donde apuntaban los cañones que todavía estaban útiles, los que no habían caído al agua o señalaban al cielo a consecuencia de la inclinación del buque. La bandera de guerra flameando aún en el mástil, como testigo mudo del drama que presidía.

A las 12 y 35 de la tarde de ese 21 de mayo de 1879, a seis semanas de que el Perú y Chile se declararan la guerra, la fragata blindada Independencia, orgullo de nuestra marina de guerra, era un animal herido de muerte. Esa tarde frente a Punta Gruesa, el Perú perdió la guerra del Pacífico.

Imagino a su comandante Juan Guillermo More en el puente de mando. El bigote rubio, la incipiente calva, llevándose las manos a la cabeza. Sin poder creer la pesadilla en la que estaba. El buque escorado, perdido y el agua entrando al barco que no sobrevivió a su primer combate. Jamás se pudo medir ni con el Cochrane ni con el Blanco Encalada. Los blindados gemelos nuevecitos, recién comprados por Chile, desplazaban menos toneladas, y tenían un menor blindaje que la Independencia, que artillaba por si fuera poco, un cañon de 250 libras y 3 de 150, además de una docena de cañones de calibres menores y 2 ametralladoras.

Juan Guillermo More

Luego del desastre de Iquique, los dos navíos chilenos protagonizarían la emboscada de la que no saldría el Huáscar en Punta Angamos. Ambas naves sí eran superiores en todos los aspectos técnicos al noble monitor, que una vez anulado, dejó el paso libre para la invasión del territorio nacional desde el desembarco de tropas en Pisagua. Así que háganse una idea de lo que fue esa roca abriendo el casco de la Independencia.

Pero volvamos a Iquique. Cuando la fragata llegó con el Huáscar a romper el bloqueo del puerto peruano, los dos blindados peruanos encontraron allí al transporte Lamar, que huyó sabiendo que nada tenía que hacer allí; por la escuadra chilena estaban además la corbeta Esmeralda y la goleta Covadonga. Curiosamente la Covadonga era un buque auxiliar de la escuadra española que vino a combatir en la guerra hispanoamericana -que incluye los combates de Abtao y de 2 de Mayo- y fue apresada por la Esmeralda; al momento del combate de Iquique eran ambas de las pocas naves de madera aún en actividad.

Como todo el mundo sabe, el Huáscar se fue a la caza de la Esmeralda sobre el mismo puerto. Por la terrible puntería de los artilleros peruanos, Grau exasperado ordenó utilizar el espolón, con el que finalmente partió en dos el casco de madera y mandó al fondo del mar a la goleta, con sus 200 hombres de los que apenas sobrevivieron 57.

A la Independencia le sucedía lo mismo. Por la falta de preparación y práctica de sus artilleros, la enorme nave peruana no acertaba sus tiros sobre la Covadonga, que seis veces más ligera que la nave peruana -prácticamente no tenía blindaje y desplazaba apenas 630 toneladas- inició su huida pegándose a la costa. El comandante More decide que también usará como un ariete el espolón de su buque para descalabrar el casco de madera chileno y a la altura de Punta Gruesa se lanza de frente sobre su presa.

Cómo habrá sentido More ese ¡crac! en la boca del estómago. El peso de la Independencia hacía que su casco se hunda en el mar mucho más que la cañonera chilena, seis metros en total (una casa de dos pisos), y una roca abrió el fondo de cobre de la nave como una navaja. El agua que entraba apagó los fuegos de la caldera que generaba el vapor con el que se movía la fragata, que se quedó inmovil, echada de lado. El cuadro de Thomas Sommerscales lo ilustra de maravilla.

 

Combate Naval de Punta Gruesa, se titula el óleo del pintor inglés. A diferencia del Perú, la historia universal separa ambos combates, Iquique y Punta Gruesa, como dos acciones navales distintas, aunque complementarias. Miren al cuadro para que tengan la aproximación del tamaño de las dos naves. Esa Independencia empezando a escorarse. La ligera Covadonga, que de ser perseguida gira en redondo para hacer puntería sobre su perseguidor, que por inmóvil no significaba que estaba indefenso. Ese león aún mordía y los marineros peruanos, lejos de tirarse al agua y salvar la vida, hicieron fuego hasta el último momento sobre la goleta chilena.

“Gobernamos a ponernos por la popa donde no podía hacernos fuego. Al pasar por el frente le metimos dos balas de cañón de a 70 (libras) que ellos nos contestaron con tres tiros sin tocarnos”. Así refiere el parte oficial de Carlos Condell, comandante de la Covadonga, sobre el combate naval de Punta Gruesa.

Y este es el parte de combate del propio More: “Al pasar la Covadonga por el costado de estribor haciéndonos fuego por su artillería, nuestros cañones contestaron; cuando el agua casi cubría continué el fuego con nuestras ametralladoras de las cofas y con la tripulación que mandé subir a cubierta armada de rifles y revólveres, hasta que se agotaron las municiones que no podían ser respuestas, pues el buque estaba inundado casi por completo, como lo digo anteriormente. La Covadonga seguía haciendo fuego de cañón a mansalva y una de cuyas bombas rompió el pico de mesana donde estaba izado el pabellón. Inmediatamente mande poner otro en otra driza”.

Vuelvan a ver el cuadro de Sommerscales e imaginen lo que habrá sido pelear así. El mástil con la bandera roto. More desesperado porque sin bandera, el buque se asumía rendido, hasta que en un muñón de madera la bicolor vuelve a flamear. Mariano Felipe Paz Soldán y Jorge Basadre, muy respetables historiadores peruanos afirman cada uno por su parte -y es como nos lo enseñaron en el colegio- que Carlos Condell ordenó a sus hombres ametrallar desde la Covadonga a los naufragos peruanos cuando ya todo perdido, se lanzaron al mar y bajaron los botes.

Sí he podido comprobar que en efecto, mientras el descalabro de Punta Gruesa sucedía, Miguel Grau rescataba a los 57 náufragos de la Esmeralda, empezando a labrarse el título de Caballero de los Mares con que es reconocido incluso en Chile. Fue curiosamente esa acción caballeresca, la que hizo que gastara valioso tiempo en llegar a Punta Gruesa, donde podría haber destruído fácilmente a la Covadonga con los cañones de 300 que montaba el Huáscar en la torre Coles de su cubierta. Al ver los humos del monitor, la cañonera huyó, con lo que Grau procedió a rescatar también a los náufragos nacionales. Me habría encantado presenciar la escena en el monitor, con náufragos peruanos y chilenos unos al lado de otros, heridos y mojados, exhaustos después de pelear.

Según cuenta el propio Grau, More jamás se recuperó del golpe emocional. Nunca más volvió a vestir su uniforme de marino. Fue sometido a consejo de guerra por la pérdida de la nave y decidió que la afrenta solo se podía lavar con sangre. Y lo consiguió consiguiendo un puesto de peligro en una roca solitaria en el desierto más árido del país: Arica. Cuando el Huáscar, ya con bandera chilena, bombardeó los fuertes del morro, fue More quien dirigía los fuegos del vetusto monitor Manco Cápac, que funcionaba como batería flotante. Uno de sus cañones de 500 hizo un tiro que impactó directamente en el cuerpo del comandante chileno Manuel Thompson, desintegrándolo.

Para More eso no fue suficiente. Volvió a tierra, donde sentía que debía morir en acción para redimirse. Bolognesi (¿han notado que More es posiblemente el único que peleó al lado de Grau Y de Bolognesi?). Decía que Bolognesi le encomendó la defensa de la llamada Batería Baja, donde los tripulantes de la Independencia pelearon hasta el sacrificio final. Hay otro cuadro, de Juan Lepiani, que se llama “El último cartucho” y que también acompaña esta columna. Todos hemos visto esa pintura en algún momento de nuestras vidas. ¿Pero en realidad lo han visto con atención?

Bolognesi ocupa el centro del cuadro, evidentemente. Pero miren más. Sobre su derecha hay dos fulanos de bigote y mirada severa. Uno de ellos está desarmado y con una mano coje los filos de la bayoneta chilena -con el daño que esto representa- mientras con la otra, a falta de arma mejor, estrangula a su adversario. El otro está por chocar aceros con el asaltante, posiblemente del 4° de Línea. Ambos lucen trajes marineros, como otros más repartidos en la lucha y en el óleo. Son los sobrevivientes de la Independencia.

Y abajo, muerto, el bigote rubio y la incipiente calva nunca más tocados por la brisa del mar, Juan Guillermo More. Con su uniforme de naval vestido, según dice la tradición, por orden expresa del coronel Bolognesi. Ambos encontrarían la muerte juntos, uno al lado del otro, al pie del asta de la bandera en los minutos finales de la lucha. Unico lujo que le permitió la vida -y la muerte- al capitán de la fragata de nuestra condenación.