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El estrecho de Ormuz, que permite el paso de las embarcaciones que navegan por la convulsa zona marítima sur de la península arábiga, sigue concitando la atención internacional. Luego de los roces y tensiones entre Irán y EE.UU., que mutuamente se derribaron drones, ahora ha tocado el pleito de la nación persa con el Reino Unido, a la sazón aliado histórico de Washington. Todo parece calificar como una represalia del régimen teocrático iraní. En efecto, luego de que una embarcación iraní fuera retenida en Gibraltar por transportar petróleo para Siria, país sancionado por la Unión Europea, decidió retener a una petrolera británica aduciendo que, por ingresar en sus aguas, ha violado normas de navegación internacional. Aun cuando ninguno de los dos Estados es parte de la Convención del Mar de 1982, el mayor tratado planetario que regula los espacios marítimos, está claro que por derecho consuetudinario están obligados a acatar sus reglas. Una de ellas está referida a la libertad de navegación —en el Perú: libertad de comunicación internacional—, o libre tránsito para las naves extranjeras dentro de las 200 millas de soberanía que corresponde a los Estados costeros, salvo las excepciones establecidas en la propia Convención del Mar, como las previstas en el espacio del mar territorial que se encuentra contiguo al continente y en donde se permite el denominado paso inocente o inofensivo para las referidas embarcaciones extranjeras. Sin entrar en detalles técnicos sobre las reglas de la denominada “Constitución de los Océanos”, sobre las que me he dedicado in extenso en anteriores columnas, claramente podríamos aseverar que las medidas adoptadas, primero por Londres, y ahora por Teherán, en nada responden a incumplimientos jurídicos o violaciones de los espacios marítimos, sino a medidas políticas de fondo relacionadas con la actual compleja situación entre EE.UU. e Irán, derivada de la reanudación de las sanciones económicas impuestas por el presidente Donald Trump, que hizo trizas el acuerdo de un programa nuclear para el gobierno de los ayatolas. Mientras no decidan volverse a sentar a negociar, la relación de Irán con EE.UU. será tirante y riesgosa, y por adición, también para el RU, su incondicional aliado.