El exfutbolista David Beckham se unió ayer a la cola desplegada por más de ocho kilómetros sobre la ribera del río Támesis, en la madrugada londinense. Departió con el resto del pueblo londinense, sin que nadie quisiera “sacarle la vuelta” a la autoridad y “robarle un selfie”. Permaneció en ella 12 horas, sólo para llegar al Westminster Hall para colocarse junto a la capilla ardiente del féretro de la reina Isabel II, a una distancia como de dos metros, y presentar sus respetos con una bajada de cabeza en posición de descanso con las manos atrás. En un acto que demoró no más de diez segundos. Y que fue prácticamente la norma de los cientos de miles que han hecho similar recorrido.
Es esta clase de movilización lo que generó “Elizabeth The Second”. Se dejó extrañar. Lo que despertó Isabel II con su ausencia rebasa cualquier escenario iluminado con su presencia. Y se hizo más visible que si estuviera viva. Su funeral ha convertido a la Gran Bretaña en el epicentro del planeta por varios días. Y no sólo porque se trata de un personaje cabalmente histórico a nivel global. Uno podría pensar que pertenece a la iconografía de las generaciones mayores, de los que sobrevivieron a la II Guerra Mundial o a lo sumo, a los hijos de la Guerra Fría. Pero no es así. Hemos visto por televisión a incontables jóvenes y hasta niños pequeños acongojados por la muerte de su monarca, corazoncitos inocentes que fueron tocados por esa señora de canas que amaba a sus animales y que vivía en un palacio.
Los británicos, y en especial, los ingleses, no dejaron pasar esta oportunidad para mostrarse al mundo en toda su grandeza. Se lucieron. Uno tiene la sensación de que los británicos son otra cosa dentro de Occidente, como lo es Alemania, en otro estilo. Orden impecable, cumplimiento de las normas, autocontrol, respeto a las tradiciones. En fin, cultura de verdad. Mucho que aprender desde esta parte del mundo