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La reciente aprobación del Parlamento de Israel de considerar al país creado como consecuencia de la Resolución 181 de la ONU (1947), como “Estado nación del pueblo judío”, no me parece insensato porque reconoce la presencia histórica de la nación judía que nadie podría desconocer; sin embargo, lo tremendamente insensato es que contando Israel con un 20% de población árabe, se haya decidido que única y solamente lo sea judía. Los árabes israelíes, reconocidos en la Constitución de Israel como ciudadanos que incluso tienen una importante representación en la Knesset, como también se denomina al Parlamento, confirma lo que era lo que todos sabíamos, es decir, que las poblaciones árabes siempre han sido despreciadas. ¿Acaso los árabes que viven en Israel llegaron a ese territorio por un proceso migratorio?

Así como los judíos, los árabes siempre han poblado ese territorio que a lo largo de la historia ha sido denominado como territorio de Judea o territorio de la Palestina, por lo que constituye un completo despropósito ignorarlos. Jesucristo fue un judío que nació en la ciudad palestina de Belén y vivió en Nazaret, ciudad de Israel que cuenta con la mayor población árabe. Desde Metula, por el extremo norte de Israel, hasta Taba, por el extremo sur del país, existen incontables localidades o barrios árabes, que han debido soportar los estragos de la animadversión surgida por el conflicto que mantiene Israel con Palestina agudizado por la Guerra de los Seis Días de 1967, en que las fuerzas armadas del país de David Ben-Gurión sorprendieron en una guerra relámpago a los países árabes, arrebatándoles territorios que hasta ahora no han sido devueltos en su totalidad. La referida indiferencia es reconfirmada cuando la anotada aprobación parlamentaria establece que solamente los judíos tienen derecho a la autodeterminación, volviendo a los árabes perfectos extraños en la tierra que los vio nacer. Finalmente, decide que la única lengua oficial es la hebrea, desestimando a la árabe que lo era; de allí que los habitantes árabes (1.8 millones aproximadamente), en la práctica son como ciudadanos de segunda categoría.

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