Hasta el último viernes 6 de diciembre, además de soportar la andanada de besos de Mark Vito, Keiko Fujimori caminaba en modo Joaquín Sabina: “Lo niego todo, incluso la verdad”. Pero apareció el empresario Antonio Camayo, coprotagonista del audio con el “Hermanito” César Hinostroza, y cantó la estrofa que todo el país ya repetía desde hace rato: "La 'Señora K' es Keiko Fujimori”. Listo el pollo, aunque por la fecha sería ¡listo el pavo!

Ciertamente, con esta lapidaria revelación es como si el fiscal José Domingo Pérez, del Equipo Especial “Lava Jato”, hubiese enviado a The Grinch y su perro para que malogren la Navidad a la excandidata presidencial, su abogada Giulliana Loza y sus discípulos naranjas Luis Galarreta, Luz Salgado, Héctor Becerril, entre otros. Daniel Salaverry ya les había adelantado el primer susto el día anterior.

Ante los fiscales, Camayo se ha declarado un tonto útil. Se prestaba para poner su casa y la comida para estas eventuales reuniones de “Los Cuellos Blancos del Puerto” a cambio de nada y, finalmente, tuvo que decir la verdad “por amarga que fuera” para seguir a ritmo de Joaquín Sabina, que de mentiras piadosas sabe mucho. Ahora se arrepiente de haber tenido amistades de esta calaña.

Para un político, el hecho de mentir es como ponerse una pistola en la sien. De hecho, ya lo hemos visto en nuestro país. Pero, en el caso de la señora Keiko, pareciera que se le hizo un hábito y, de paso, arrastra a Fuerza Popular al hoyo en el que está cayendo. El dineral que le entregaron los empresarios bajo la mesa indica que ella perdió las elecciones de 2011 y 2016, pero no la cartera llena.