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Ha fallecido Kofi Annan, ex secretario general de la ONU. Su deceso en Berna, Suiza, a los 80 años, humanamente produce respeto y congoja por su partida; sin embargo, su muerte inevitablemente lo pone en la atención mundial, y en esta hora de aciago, sobre todo para su familia, no podríamos sustraernos de su actuación como el máximo funcionario administrativo de la ONU. Lo voy desarrollar. Tuvo dos gestiones (1997-2006). Esa doble elección dicta entender que Annan fue un diplomático comprometido con su trabajo -hizo carrera en la ONU desde muy joven- y que, por esa entrega, las naciones del mundo decidieron que estuviera al frente de la organización por una década. Al ghanés nacido en 1938 no le tocó una gestión fácil. El atentado de Al Qaeda el 11 de setiembre del 2001 y la imperturbable decisión del gobierno de George W. Bush de invadir Iraq (2003) confirmaron el reducidísimo margen de acción de Annan, quien para su buena suerte pudo ser reconocido con el Premio Nobel de la Paz antes de que Washington invadiera Afganistán derrocando al régimen Talibán y en cacería de Osama bin Laden. Al no poder detener al hegemón del mundo, a mi juicio solamente justificable en su acción militar sobre Kabul, sus opositores en el seno de la propia ONU y los gobiernos poco amigos o enemigos de EE.UU. le enrostraron haberse convertido en un títere del poder mundial. Había que estar en su lugar para vivir y sentir, en el puro realismo político internacional, los márgenes de maniobra con que podía obrar. Eran escasos, y hasta el mismo Annan llegó a decir que en el complejo asunto de Iraq había fracasado. Acumuló, en su debilitamiento en los últimos años de su administración, los escándalos en el manejo de las ayudas sociales en Iraq -Programa petróleo por alimentos-, que él mismo encabezó y que produjo denuncias de corrupción salpicadas hasta a su propio hijo, así como las imputaciones de abusos sexuales por cascos azules. En la balanza de su actuación internacional, entonces, siempre será mayor su esfuerzo por el mantenimiento de la paz, pues -como siempre digo a mis alumnos- el mundo sin la ONU, y sin su S.G. de turno, hace rato hubiera involucionado.

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