Es probable que el próximo domingo los resultados electorales demuestren que mucha gente, cada vez mucha más gente, tiene una gran indiferencia hacia el acto de sufragar para elegir a sus autoridades. Es un asunto penoso y grave esto que al parecer se confirmará.
Y es penoso y es grave porque sin política no hay democracia, y portque toda sociedad necesita ejercer con un mínimo de entusiasmo el acto de elegir a sus autoridades. La indiferencia de la ciudadanía hacia los procesos políticos, y por ende electorales, es el mejor escenario para que los aventureros e improvisados lleguen a cargos públicos de relevancia. Si los mejores se desinteresan de la política, la dejarán en manos de los menos aptos y de los hampones que usan la política para sus viles negociados. Si la ciudadanía mejor informada y consciente renuncia a participar en elecciones, es decir, deja de interesarse en votar con decisión y raciocinio, dejará ese privilegio en manos de los más fanatizados, y de aquellos que pueden manipular estas justas electorales, muchas veces susceptibles de distorsiones.
Citemos un ejemplo. Es posible que en una localidad un candidato o candidata con mayores recursos tenga el favoritismo para ganar la elección, aunque tenga más de un antecedente de sospecha. Y el voto en abstención, o viciado, o el voto que no llega a ser voto termina ayudando a ese candidato o candidata favorita. En el gobierno regional, para que un aspirante gane en segunda vuelta debe alcanzar el 30% de los votos. Si hay mucho voto viciado o ausente eso le conviene, pues los votos válidos harían lo suyo.
En el Perú mucha gente aún no es consciente del poder que tiene en sus manos. Es verdad, lo ocurrido con la política peruana en estos últimos años es la gran causante de esta situación de anomia. Pero necesitamos volver a pensar en el país desde la política. Solo así podremos salir de este atolladero.