Gramsci decía que no era necesario capturar el poder violentamente por el fusil. Él preconizaba que se debían tomar los pilares principales de la superestructura de una sociedad como la educación, la cultura, el arte; en términos prácticos, las universidades, los colegios, los ministerios, lugares desde donde puedas controlar paralelamente a la sociedad y donde puedas imponer ideologías y políticas. Las superestructuras de la sociedad peruana las dejamos a merced de gente ideologizada y ahora vemos los resultados.
En el Perú hubo una época en que nos habían impuesto una narrativa falaz y antihistórica, y la población tenía miedo o desidia de contradecir, miedo o irresponsabilidad de responder. Ya no pensaba, solo reaccionaba, porque el terrorismo en el Perú dejó huellas indelebles en nuestras generaciones, dejó miedo, dejó desesperanza, dejó el “no te metas”. Los que ejercieron el sicariato moral lo hicieron bien.
Argumentando cifras nutridas de especulación, se quiso poner en el mismo nivel a las fuerzas del orden con el movimiento terrorista más criminal en la historia nacional. Los motivos eran elementales: quebrar a una realidad política existente en el Perú e imponer la suya veladamente, generar un escenario para argumentar una ola de desprestigio de los que defendieron al país y, por otro lado, convencer a muchas de las víctimas del terrorismo para que finalmente cambien su versión y digan que fue el Estado el que los atacó. Ejemplos tenemos muchos.
Tuvimos que observar la imposición de narrativas, como que hubo un conflicto armado interno, tapando con eso la época de la barbarie más feroz de la banda comunista. Pero eso no se debe callar más y nuestros jóvenes deben saber realmente qué sucedió en el país.
La doctrina internacional nos dice que un conflicto armado internacional es la situación en la que se recurre al uso de la fuerza armada entre dos o más Estados, cualesquiera que sean los motivos o la intensidad del enfrentamiento. Y luego explica sobre el conflicto armado no internacional (o interno): se trata de un enfrentamiento armado prolongado entre fuerzas armadas gubernamentales y uno o más grupos armados, o entre tales grupos en el territorio de un Estado. En todos los casos tipifica organizaciones armadas y beligerantes.
Forzando para explicar, podría ajustarse al Estado peruano y un grupo armado (SL). Lo que no dice la doctrina es que el CAI no califica como tal, cuando se pone coche bomba en las calles, se secuestra y asesina ciudadanos, se mata y queman criaturas, se fusila LGTB solo por serlo, se asesina y dinamitan cuerpos de civiles inermes, se corta la lengua a niños, se cometen crímenes de odio contra nativos, se destruye e incendia propiedad privada, se mata dirigentes civiles, se asesinan alcaldes, se fusilan niños por estar enfermos, se asesinan ancianos por no poder producir, se matan masas para infundir terror, se asesina gente indefensa, se masacran familias completas, se ahorcan autoridades y se matan civiles a machetazos. Todo lo descrito constituye TERRORISMO. Sin embargo, la felonía académica nos quita el derecho de llamarlos por su nombre: TERRORISMO, y tienen el desparpajo de calificar a quien lo haga de “terruqueador”. Ese es su último neoconcepto. Sabemos que el terrorismo es una modalidad de la subversión. Todos lo saben, peros estos academistas no quieren aceptarlo. Quieren cubrir la realidad de lo que pasó con un manto de conceptos mentirosos y con su narrativa.
Esa sensación de impotencia, de frustración y abatimiento, se acabó. Es hora de llamar las cosas como son y como fueron. Los hechos están ahí, difundamos entre nuestras familias.
Las masacres de Tintaypunco, Soras, Tsiriari, Mazamari, Mapotoa, Canayre, Lucanamarca, Tarata, Huarcatán y San Miguel del Ene, entre otras, no tienen nada de conflicto armado interno. Fueron matanzas contra poblaciones indefensas, totalmente inermes, a quienes se asesinó con violencia extrema, dejando miles y miles de víctimas del terrorismo que solo detendrán su sufrimiento cuando abandonen este mundo. De ellos nadie se lamenta, su sufrimiento es ignorado por los defensores de los derechos humanos. Ahí no existe dolor ni lágrimas ante cámaras, no existe comisión alguna que vele por ellos.
Son organizaciones que lucran con la desgracia de nuestra gente torciendo la historia, bajo el lema de “La verdad no existe, la verdad se construye”, acusando con tipificación de delitos que en su momento no existían, y cambiando las confesiones, bajo la premisa de: “Sendero no te va a indemnizar, el Estado sí”.
Insisten en su vesania, insisten en su odio de clase, en su esperpento histórico, en sus principios cochambrosos. Insisten en desgraciar familias enteras con su indiferencia por las viudas y huérfanos que dejaron estos mil veces malditos TERRORISTAS.
Es ahora que hay que dar la batalla. Las trincheras están en las aulas de nuestros hijos, en los libros que leen, en no permitir que les mientan y denunciar a directores ideologizados, a profesores que les mienten sobre la historia. Las trincheras estás en nuestras casas donde no debemos permitir que se aloje el odio, evitando así que nuestra sociedad termine en una guerra civil que es lo que debemos evitar a toda costa, por más que esta sociedad a quien los extremistas llaman “burguesa”, “colonial”, “proimperialista”, pero donde muchos de ellos viven en los sitios más exclusivos, donde un trabajador de verdad jamás siquiera soñaría en vivir.
Hoy debemos dar esa batalla cultural, hay que sobreponernos a la indiferencia, al miedo, al ocio. Saquemos adelante al Perú, por nuestras generaciones.
Es nuestro deber.