En los últimos 60 años hemos tenido 55 ministros. Sin personalizar en ninguno, ese solo hecho significa una discontinuidad de las políticas, la imposibilidad de una visión compartida y mucho menos una reforma sostenida en el tiempo. Esa rotación nos habla de ministros para el cortísimo plazo, con una buena parte de tiempo dedicada a adaptarse y luego despedirse del cargo y mientras tanto una continua defensa política frente a los peligros de cese, lo que conlleva a evitar tomar riesgos o iniciativas que puedan ser criticadas políticamente. En tiempos recientes, durante los dos años de la pandemia, eso se ha evidenciado por la falta de ministros de educación que den la pelea ante el Minsa por la apertura de los colegios y el retorno a la presencialidad plena

De allí que el rol del ministro que arranca el 2022 al frente del sector sea principalmente generar credibilidad, evidenciando reflejos para ponerse rápidamente al frente de la demanda ciudadana por una presencialidad plena, confrontando las absurdas medidas del MINSA que han venido maltratando a los alumnos por dos años, negándoles el derecho a la escolaridad presencial.

En nuevo ministro haría bien en darse cuenta que es imposible que sea eficaz una norma para el año escolar 2022 que pretenda ser independiente de la diversidad de realidades escolares, y lo mejor que podría hacer es darles a los colegios, a su director y equipo la autonomía suficiente para resolver en conjunto con los padres de familia la forma más inteligente de organizar la actividad presencial tomando en cuenta las particularidades de cada colegio.