Con motivo del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, se ha vuelto a poner de manifiesto el constante aumento de esta triste forma de poner fin a la propia vida. Según la Organización Mundial de la Salud, cada cuarenta segundos se suicida una persona en el mundo y otras veinte intentan suicidarse. En el último medio siglo, la muerte por suicidio ha aumentado en más del 60%, llegando a ser en varios países la primera causa de muerte no natural. A diferencia de épocas pasadas, en que la mayor tasa de suicidios se registraba en varones de edad avanzada, en las últimas décadas el suicidio de jóvenes ha aumentado de tal manera que se ha convertido en el grupo de mayor riesgo en un tercio de los países. En el Perú, según cifras del Ministerio de Salud, se quitan la vida unas mil personas cada año y más de 3 mil intentan quitársela, entre ellas no pocos niños y adolescentes. En Arequipa se calcula que diez personas intentan suicidarse cada día, la mayoría jóvenes entre los 15 y 25 años.
Sin pretender agotar las causas, creo que son válidas estas palabras del papa Francisco: “Cuando leo noticias de suicidios de jóvenes… por lo menos puedo decir que en esa vida faltaba ‘pasión’, alguien no ha sabido sembrar las pasiones para vivir. Y luego las dificultades no se han afrontado con esa pasión” (Discurso, 5.IX.2018). Todos sabemos que la vida no es fácil. Cada vez se pierde más la gratuidad en las relaciones humanas, la ternura en el hogar y hasta la identidad personal. Resultado: la vida se vuelve más dura y dolorosa. Sin embargo, la buena noticia es que hay una salida para esta situación. Es posible recuperar la belleza de la vida. “Vengan a mí los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré” (Mt 11,28), dijo Jesús. La vida se vuelve bella cuando se abre el corazón a Dios y se experimenta su presencia salvífica y liberadora. “Sólo en Dios descansa mi alma” (Sal 62,2).