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El proyecto de bicameralidad fue confundido por el Presidente con un proyecto descentralista. Por desgracia, para él la descentralización es un juego de suma cero, donde para ganar las provincias tiene que perder la Capital. Una lástima que el resentimiento aflore y le obnubile el juicio, pues de otro modo caería en cuenta de que Lima alberga población predominantemente provinciana. Y que extirparle dos tercios de su peso en representatividad -como pretende hacerlo con su proyecto de reinstauración de un Senado antitécnico a todas luces- es un terrible error. ¿O nadie puede recordarle que solo en los conos de Lima, donde la población es casi totalmente del interior, viven tres cuartos de los habitantes de la Capital?

Utilizar la bicameralidad para reducir el poder electoral de Lima, a costa de vulnerar la voluntad popular de sus casi diez millones de habitantes, es una jugada que pervierte las bondades de contar con un Senado. Sin embargo, para que existan esas bondades, debe poseer ciertas condiciones. Una de ellas, la de responder a una mirada unitaria e integradora de país, lo cual solo puede conseguirse con senadores elegidos en distrito único. La representación geográfica ya está en la Cámara de Diputados. La representación nacional, de la nación como un todo, alejada del compromiso con lo local y emparentada a los grandes temas nacionales, le toca al Senado.

En vez de usar la bicameralidad para extirpar la representatividad democrática a un tercio de peruanos, haría mejor el Presidente en avanzar hacia la regionalización y conformar regiones; estas aún no existen y están esperando por formarse a partir de los departamentos. Ello, terminar con el poder de 24 reyezuelos departamentales que fungen de gobernadores “regionales”, sería una reforma política de verdad. ¿Por qué no la emprende, a pesar de que dicha reforma viene esperando trece años?

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