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La impresionante manifestación organizada por el colectivo ciudadano “Con mis hijos no te metas” es una clara muestra de la voluntad cívica y política de la mayoría silenciosa que se encuentra excluida del Estado y del establishment social. En efecto, esta mayoría silenciosa no forma parte de la academia, de los medios de comunicación, y mucho menos interviene directamente en las decisiones de nuestra clase dirigente. En muchos sentidos, la clase dirigente peruana ha vivido de espaldas al pueblo que se supone debe dirigir. La clase dirigente ha caído en eso que Riva-Agüero denominaba el “más vil rastacuerismo”, esto es, un ausentismo moral que acentúa el divorcio entre los representantes y los que son representados.

Con todo, vientos nuevos parecen surgir en todas partes del planeta. La guerra cultural desatada por el neomarxismo institucionalista y gramsciano ha provocado una reacción popular (que algunos tildan de populista) que busca defender los valores innegociables que han forjado a la civilización occidental, es decir, a la vida y la familia. La familia es anterior al Estado y, por tanto, superior. El Estado se funda sobre la comunidad de las familias que buscan la garantía a su libertad, no la esclavitud ideológica. El Estado existe por y para las familias. La verdadera libertad es, entonces, una libertad al servicio de las familias, una libertad que el Estado debe proteger y no amenazar.

Sin familias no existe el Estado. Esto es lo que comprenden los que hoy salen a marchar contra la imposición ideológica de un pensamiento único que no admite disidencias. Esta ola popular no se detendrá. La gran pregunta es: ¿comprenderá esto el Estado? ¿Reaccionarán los medios de comunicación?