Uno de los importantes profesores que tuve en la Universidad Católica fue Luis Felipe Guerra. Enseñaba el curso de Metafísica en segundo de letras.

Nos decía que el mundo desde la Antigüedad era tentado por tres metas: santidad, gloria y riquezas. La primera correspondía a los que creyendo en Dios tenían un alma religiosa y no les importaba ser anónimos y vivir con lo mínimo si con ello la humanidad mejoraba.

La gloria coqueteaba con aquellos que querían reconocimiento social, estimación pública. Aquellos que cualquiera fuese la actividad a la que se dediquen, necesitan de ese aliciente de los demás. No les importa la riqueza, pero no quieren pasar desapercibidos.

El tercer aliciente es la riqueza. Hay personas que quieren tener ingentes bienes materiales y gozarlos. Los otros dos afanes no son los que guían su vida, y aunque no los contradigan, tampoco se aferran a ellos. Lo suyo es el dinero, con el que estiman pueden comprar todo y ser felices.

Mientras cada uno de ellos anden por sus carriles y no confundan roles, todos sabemos más o menos a qué atenernos y la sociedad puede ordenarse.

Pero eso que era el patrón deseable hace mucho tiempo, se fue paulatinamente desdibujando y hoy día por lo menos riqueza y gloria o reconocimiento se han entremezclado y el resultado es catastrófico.

Cuando un político, cuya meta es normalmente el reconocimiento, quiere también riqueza, comienza la corrupción, la utilización del poder público para beneficio propio a despecho del interés de los demás. Es decir, la fama ya no le basta, o la utiliza como peldaño para subirse al piso de la riqueza. Eso es lo que ha estado pasando.

Pasa también con los santones que se proclaman adheridos a la virtud, pero al hacerla pública por todos los reconocimientos que se hacen conferir, dejan de lado la humildad para gozar de la fama y de allí poquísimos (si acaso alguno) se resisten al salto hacia la riqueza.

Ese cambalache, como dice el tango argentino, es el que tiene que terminar. Especialmente quienes están en la política, quienes asumen la tarea de hacer bien a otros a cambio de la gloria, deben de entender que al abrazar esta actividad deben de poner entre paréntesis todo anhelo de mayor riqueza. Caso contrario, el orden social y la deslegitimación del poder se acelera y la sociedad sufre.

El Perú necesita un cambio y poner esto en práctica puede ser uno de proporciones.