Por primera vez voy a darle la razón al presidente Ollanta Humala (muy a mi pesar, desde luego). A ver. Keiko Fujimori es simpática, cae en gracia, de a pocos se hace de un rollo que va más allá de la mera defensa de su padre, como candidata reincidente ya ha auscultado bien su DAFO (debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades), dosifica sus apariciones públicas, impone cierto orden en Fuerza Popular… pero peca de vanidad política al demandarle al Mandatario una reunión “entre usted y yo” en medio de una propuesta de diálogo general -todos juntos y revueltos-, como ocurrió el último lunes en Palacio de Gobierno. ¿Qué le diría a solas que no podría decir en una mesa convergente?

Apelar a ese atajo para tratar de visitar -entre cámaras, seguramente- al jefe de Estado solo tiene una explicación: el 28% de intención de voto para el 2016 que le dan los recientes sondeos, ubicándola por encima de PPK, Alan García y Alejandro Toledo. Todavía no termina de digerir tamaña popularidad y, medio empachada y desubicada, reclama deferencias que no se ha ganado.

Me explico. Los protocolos no escritos indican que si el Presidente (Ollanta o quien fuere) charla a solas con la hija de Fujimori (o quien fuere), necesariamente tendrá que hacerlo con cualquiera de los otros 15 o 20 líderes o representantes políticos que así lo reclamen.

Si por una cuestión de caballerosidad y buenas formas democráticas Ollanta Humala decide recibir a Keiko Fujimori, ya es otro cantar. Nada se lo impide. Pero tampoco le pidamos peras al olmo. Todos sabemos de qué pie cojea el esposo de Nadine Heredia. Detalle que sí debería tener, por ejemplo, con los expresidentes García Pérez y Toledo Manrique para conocer de manera directa y sin escalas los aportes o reclamos de sus respectivos partidos (algo que es habitual en otros países) en pro de buscar válvulas de escape a la crisis que vive el país. Habrase visto.