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Nuestros queridos políticos están empeñados en convencer a los peruanos de que lo mejor que pueden hacer es desconfiar de ellos. A punta de trancazos, escándalos y decepciones han llegado a pensar que pocas cosas se pueden esperar de quienes ejercen cargos o de quienes aspiran a manejar presupuestos públicos, y a tomar decisiones en nombre del pueblo.

En cierto grado es deseable que ocurra de esta manera, en eso consiste también la responsabilidad de elegir y de fiscalizar a quien recibe un mandato. Ninguna democracia puede ser tan ingenua de pensar que todos los interesados en manejar la cosa pública lo hacen por el bien común. Para eso existen los límites, los controles, los llamados “check and balances”, que aplicados con estricto apego a la ley deben servir para proteger el interés de los ciudadanos.

Localmente, no es necesario abundar en la lista de hechos que solamente esta semana han dado muestra de cómo cada asunto se politiza y polariza en función de intereses particulares. Cada uno puede hacer la suya. Llenan, sin embargo, los noticieros, diarios y redes de discursos melosos en favor del diálogo, de buenas intenciones, de poner al país por delante mirando el Bicentenario, etc. Pero basta preguntarse, por ejemplo, si detrás de la discusión sobre si es conveniente o constitucional el adelanto de elecciones, lo que en el fondo importa a algunos son sus posibilidades dentro de un año o dos. Es lo que lleva a creer que con o sin adelanto de elecciones todo va a ser lo mismo, que los niños seguirán muriendo por falta de incubadoras porque la salud no da réditos, o que los partidos seguirán armando sus listas parlamentarias en función de con cuánto se porta el candidato.

En el contexto de pendencia permanente en el que estamos metidos, el asunto que se nos escapa es si de esa manera estamos abriendo espacios para crear condiciones que atraigan a esa gente que de verdad quiere aportar, que no vea la función pública como algo perdido o como una moledora de donde solo se sacan problemas y solo interese a aquellos que no tienen nada que perder.

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