No fue hace mucho que, luego de estallar la bomba de Odebrecht, se disparó el debate sobre si este nivel de corrupción había sido posible debido al modelo de libre mercado.

Prestigiosos economistas de derechas e izquierdas achacaban la culpa de la corrupción al régimen económico antagónico. Los primeros recordaban la corrupción en los 70, durante el gobierno de Velasco Alvarado, o la del primer gobierno de Alan García, intervencionista hasta el tuétano. Los segundos, en cambio, reclamaban una revisión del sistema “neoliberal” que, según estos, habría permitido que los privados se hagan maquiavélicamente de nuestro erario público.

Lo que olvidan nuestros amigos de la izquierda es que “Lava Jato” nació nada más y nada menos que en la empresa estatal por excelencia: Petrobras. Si a eso le sumamos la corrupción organizada del Partido de los Trabajadores en Brasil, la Argentina de Cristina Kirchner y -cómo no- la experiencia venezolana, es inocente pensar que un Estado socialista estará libre de pulgas.

Sin embargo, los que creemos en el libre mercado tampoco tenemos argumentos para sostener que la corrupción es exclusiva de los regímenes de izquierda. Si para algunos el caso de Fujimori no es suficiente para probar que los gobiernos liberales en lo económico pueden ser escandalosamente corruptos, los audios que implican a Michel Temer, presidente brasileño de derecha, en el pago de coimas para comprar silencio, deberían terminar de sacarnos esa idea de que la corrupción responde al modelo económico.

Ya en Brasil se ha visto en poco más de un año: Rousseff y Temer, opuestos en el compás económico, descaradamente corruptos. ¿Qué más prueba de que la corrupción es más grande que el modelo?