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A ver. Hagamos memoria. ¿Qué fue el “fujishock”? Un paquetazo económico que, cuando candidato, Alberto Fujimori dijo que no aplicaría y, luego, ya ganador, tras robarle la sonrisa a Mario Vargas Llosa, inyectó a los peruanos sin mayor contemplación, teniendo como despenador a Juan Carlos Hurtado Miller, el de “que Dios nos ayude”. Y Dios no nos ayudó. Era 1990.

Saltemos a enero de 2016. La campaña electoral empezaba a calentar y urgía mostrar la estantería. “De mi parte y de parte de Fuerza Popular aprobaremos y estaremos a favor de levantar el secreto bancario a todas las personas investigadas”, se escuchó en un foro anticorrupción organizado por Proética. Videíto manda.

El firmado venía de Keiko Fujimori, la mismísima lideresa de la bancada mayoritaria del Congreso que ahora, tras perder la Presidencia frente a PPK, busca poner en la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) más candados que las parejas de enamorados en el Puente de las Artes (Pont des Arts) de París, entre ellos uno que cierra las competencias para levantar el secreto bancario con la mera autorización de un juez, dejando sin piso el pedido de facultades del Ejecutivo sobre esta materia.

Con este paralelo de cosas que se hacen y no se dicen, y de cosas que se dicen y no se hacen, no queremos conjeturar que la hija cultiva las costumbres del padre, pero sí advertir que por ahí podría pasar la desazón ciudadana por la que Fujimori Higuchi se ha quedado en el camino las dos veces que tentó llegar a Palacio de Gobierno.

Aunque parezca una falacia, una frase que encuentra asidero y es refrendada en el tiempo y espacio prometidos logra, en ocasiones, mayores réditos políticos que una maraña de promesas lanzadas a sola cuenta de conseguir votos. Dicho de otra forma, la primera acción de una potencial autoridad necesariamente tiene que ser honrar su palabra pues, cuando no, ahí están los archivos en la nube para sacarla al fresco, como ha ocurrido con Keiko y su versión sobre la UIF.

La excandidata presidencial ha bajado o, en el mejor de los casos, se ha estancado en su nivel de simpatía popular y tendría ya mismo que tomar una decisión al respecto. Si, además de chocar con su propia agenda electoral, ordena a sus huestes que le jalen la alfombra al gobierno de Kuczynski, el 2021 podría ser solo una utopía. 

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