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Lo estoy llorando. Mi mejor amigo en este mundo, el embajador en el Servicio Diplomático de la República, Alfredo Chuquihuara Chil, acaba de morir. Alfredo, que nos ha dejado la noche del 10 de setiembre en Houston, Texas, cumpliría el 23 de este mes 60 años de edad. La última vez que hablé con él fue para el día de mi cumpleaños, en el mes de julio. Por primera vez no podré reciprocar el profundo amor de hermanos que nos profesamos. No lo fuimos de sangre, pero sí de alma. Alfredo fue brillante. Siempre ascendió en primer lugar en su competitiva carrera, y Ollanta Humala, rompiendo la barrera de la diplomacia prejuiciosa y aristocrática, con justicia lo hizo embajador. Ancashino como su padre y hermanos, fue un superdotado en su formación académica como nadie. Fue el único diplomático peruano graduado en la Universidad de Harvard, y sus estudios no le costaron ni un sol al Estado peruano, pues él todo se lo había costeado. Por sus cualidades excepcionales, integró el equipo del canciller Francisco Tudela que negoció la paz con Ecuador y fue el cerebral autor de la minuta que registró el acuerdo entre el canciller chileno Ignacio Walker y su homólogo peruano, Manuel Rodríguez Cuadros, en el Hotel Copacabana de Río de Janeiro (3.11.2004), sobre la controversia marítima con Chile. Como pocos diplomáticos, fue un verdadero zoon politikón de la política exterior peruana. Fui testigo de excepción de sus debates con cancilleres derrotados por su sagacidad e intelecto. De él todo lo aprendí desde los tiempos en que lo asistí en la cátedra en la Escuela Superior de Guerra Naval y en la Academia Diplomática del Perú. Tuvo carácter y visión, y por eso pocos con poder le temieron. Respetado, sus colegas lo eligieron presidente de la Asociación de Funcionarios Diplomáticos. Alfredo fue un diplomático feliz. En el marco de una carrera compleja y con cambios permanentes, jamás descuidó a su esposa, Liliana, y a sus hijos, Andrea (médico) y Alfredo (politólogo), y sus ojos llegaron a ver a su nietecita. Torre Tagle lo condecoró con la Orden El Sol del Perú en el Grado de Gran Cruz y el Congreso de la República con la Medalla de Honor. Debió ser canciller, pero así es la vida. Adiós, hermano. Te sigo llorando.