El directorio de Petroperú ha sido claro al explicar la desastrosa situación financiera de la empresa estatal, al extremo que ha pedido a la Junta General de Accionistas y al gobierno, que en buena cuenta es lo mismo, “una gestión privada” para esta compañía que si aún sobrevive, es gracias a las inyecciones de recursos públicos que ha estado recibiendo para cubrir sus grandes forados de caja que se han visto incrementados con la “modernización” de la Refinería de Talara, que terminó siendo la construcción de una nueva.
Lo que ahora afirma el directorio es una realidad palpable desde hace mucho tiempo, solo que por cuestiones ideológicas y conveniencias personales se ha tratado de mantener a flote a una empresa que ha venido siendo un agujero negro que se traga la escasa plata de todos los peruanos. Es positivo que ahora el órgano de gobierno de Petroperú haya señalado que seguir pidiendo dinero al fisco para evitar el colapso, es “irresponsable y un acto de inmoralidad”. Poco que agregar a esto último.
Qué dirán ahora desde la izquierda trasnochada, demagoga y ajena a la realidad que sigue creyendo en las “empresas estratégicas” a pesar de su ineficiencia y corrupción. Al caso de Petroperú habría que añadir el grave daño financiero y de manejo que han ocasionado y ocasionan los diferentes sindicatos de trabajadores que exigen beneficios como si estuvieran en la más próspera y boyante de las compañías privadas. Ahora los empleados y de paso todos los peruanos, tendrán que pagar las consecuencias de la crisis.
Es precisamente esa izquierda la que llevó al poder a Pedro Castillo, el hombre que según el Ministerio Público, recibió dinero en efectivo a cambio del nombramiento del inepto presidente del directorio y a la vez gerente general de Petroperú, Hugo Chávez Arévalo, quien pasará a la historia como el que con su pésimo manejo dio el tiro de gracia a la empresa y la llevó a un punto de no retorno que hoy pone en pública evidencia una gestión con los pies puestos sobre la tierra.
La crisis de Petroperú es un lamentable y costoso vestigio de los tiempos en que el Estado era también “empresario”, un rol que a lo largo de la historia ha desempeñado de la peor manera y que nos ha costado mucho dinero que bien ha podido ser utilizado en seguridad, educación y salud. Este desastre es lo que proponen desde la izquierda cavernaria, que insiste en aplicar recetas fracasadas que benefician solo a los amigos y partidarios, pero que afectan directamente el bolsillo del resto de los ciudadanos.