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Un buen día, hace casi dos años, fui a mi primera clase de yoga. Fue el primer paso que di para desarrollar una práctica que me enseña y da muchísimo, cada día. Tuve la suerte de encontrarme con un buen maestro, con claridad sobre todo lo que el yoga puede hacer para nuestro desarrollo integral.

Así como estiramos el cuerpo, el yoga nos permite estirar nuestras mentes y nuestros corazones. Nuestro cuerpo guarda memorias emocionales. Un ejercicio como el yoga, que requiere nuestra entrega y concentración plenas, moviliza nuestras emociones profundamente y es una oportunidad de crecimiento personal. Por ejemplo, podemos descubrir que tenemos poca tolerancia a la frustración; sin embargo, a través de la práctica diaria del yoga, podemos mejorar nuestra tolerancia y hacernos más resilientes.

Hay días en los que no nos salen muy bien las posturas y otros en donde sentimos que fluimos y somos uno con el Universo. La dedicación de la práctica nos permite aprender que la fuerza de voluntad es simplemente el ejercicio de la voluntad de hacer, el querer hacer. Esta es, quizás, una de las lecciones más importantes.

Finalmente, una práctica como el yoga es una meditación activa, que nos regresa a nuestro propio centro y nos devuelve el poder sobre nosotros mismos. Muchos hemos oído sobre los beneficios para el cuerpo, la mente y el alma que trae la meditación. A la vez, muchas personas sienten que “no pueden” meditar, porque al intentar estar tranquilos con nosotros mismos, la mente no nos deja: se escapa, los pensamientos vuelan sin cesar. A partir del yoga, aprendemos a “amaestrar” nuestra mente, trayéndola una y otra vez al presente. Y cada día que persistimos, se nos hace más sencillo. Los invito a descubrir la alegría de esta práctica y de disfrutar todos sus beneficios para nuestra autoeducación.