La educación inicial es uno de los niveles formativos de la Educación Básica Regular que más ha avanzado en los últimos tiempos en nuestro país. Ha aumentado su cobertura a casi el 83% y la colectividad aprecia y valora su importancia.

Naturalmente se pueden identificar deficiencias en locales, aulas y materiales educativos de los centros estatales respecto de los no estatales; pero la mayoría de maestras y auxiliares, en líneas generales, se muestran comprometidas, afectuosas, entusiastas y estudiosas. Sus directoras, maestras y padres de familia cada día desarrollan un trabajo más articulado para “potenciar la formación integral y oportuna” de los niños y niñas.

Esto lo he podido observar directamente cuando era gestor público.

No obstante, falta mucho para alcanzar resultados óptimos. Es necesario convertir al 2021 la mayor cantidad de programas no escolarizados (PRONOEI) en centros de educación inicial con docentes especializadas, con espacios pedagógicos apropiados y con disponibilidad de materiales educativos; universalizar la matrícula de 3 a 5 años con énfasis en los ámbitos rurales; avanzar en la atención educativa integral a la primera infancia de 0 a 2 años; y potenciar la formación profesional inicial y en servicio de las docentes con reconocimiento efectivo de sus méritos. En buena hora que la ministra de Educación, Marilú Martens, haya expresado que es una prioridad de su gestión el desarrollo y fortalecimiento de la educación inicial.