Decía Hegel que “… nada grande se ha hecho sin pasión” y la envidia, sin lugar a dudas, es una gran pasión, una emoción típica de las “almas pequeñas” como sentenciaba también Aristóteles, cientos de años atrás. Una característica de la envidia es el deseo profundo de que el otro no tenga lo que tiene, de que no sea cierto su éxito.

Investigadores de la universidad de Goethe en Alemania demostraron que la envidia es capaz de dividir a un grupo social homogéneo, y que surge como la necesidad de compararse con los demás, alterando el comportamiento individual, incluso partiendo de la premisa de tener todos las misma oportunidad. Diversos estudios y la historia nos demuestran que detrás de muchos movimientos sociales y políticos totalitarios, que presumen de progresistas, está la envidia, la envidia igualitaria, sentimiento social reaccionario por excelencia.

Perseguir la igualdad de resultados, exige bajar las aspiraciones al nivel de los menos capaces o esforzados, mientras que aumentar las oportunidades, hace posible que todos mejoren de acuerdo a su propio merito y capacidad. El reconocer que todas las personas tienen los mismos derechos, no implica de ninguna manera que obtendrán los mismos resultados. La igualdad, no tiene que ver tampoco con la justicia, que exige igual comportamiento ante iguales circunstancias.

La única igualdad compatible con una sociedad moderna y libre, es la igualdad ante la ley y no “a través” de la ley. Mientras que los socialistas buscan igualar por la fuerza lo que la naturaleza no otorga, la verdadera igualdad radica en aplicar las mismas reglas a todas las personas, sin distinción, a pesar de las diferencias y los logros finales que pueda haber entre ellas. Un Estado equilibrado debe saber reconocer que la igualdad consiste justamente en permitir a las personas desarrollarse y elegir, y no en forzarlos u obligarlos a hacer.

La dicotomía de la igualdad en la sociedad, ha quedado reducida a una batalla ideológica entre ricos y pobres, pueblo y oligarquía, explotadores y explotados. Debemos disminuir la desigualdad creando oportunidades para todos, que permitan ejercer con libertad la decisión individual de crear, innovar, progresar pero, no basados en motivaciones y discursos de división de clases y odio que ya han causado suficientes estragos en el mundo, a través de la tiranía de la envidia.

La equidad no puede significar destruir la riqueza para que todos sean pobres por igual, la equidad debe significar ofrecer oportunidades para que cada quien, en base a su libertad, logre el éxito al que su disciplina, valentía y determinación le permitan llegar.