Si mueren 200 diarios es como si cada día se cayera un avión. Lo escuché en la radio y en eso pensé cuando leí que en Piura mueren alrededor de 49 personas al día, como si un salón de clase completo desapareciera. Ahora necesitamos buscar equivalentes a los números para ver si graficando la realidad logramos que otros la perciban mejor.

La costumbre nos está jugando en contra, nos transforma en autómatas, en zombis, en seres insensibles y de allí que se explique el comportamiento bestial e irresponsable de algunos. Por ejemplo, de los desmanes de esos aficionados fuera del Estadio Nacional que han puesto en riesgo el regreso del fútbol.

El mecanismo psicológico humano funciona así, ante la repetición aparece la insensibilidad. Eso que, por principio de economía, tiene sus ventajas, también tiene desventajas cuando nos aísla de la realidad.

La abundancia de información (ni positiva ni negativa, sólo real) de los efectos de la pandemia nos harta, nos hostiga, nos causa daño emocionalmente, entonces, en rechazo, dejamos de sentir. Pero una sociedad no puede funcionar como un caballo con anteojeras, mirando sólo hacia su meta, indiferente con sus vecinos, con su entorno social, alejado de la solidaridad.

La naturaleza nos ha creado para la vida en comunidad, como las abejas, las hormigas, para la cooperación. La violencia en la escasez de recursos, en otro tipo de conflictos o por fallas en la educación, es excepcional, ponerle zancadillas al otro para que no avance, no es la regla, es la excepción.

La ausencia de sentimientos positivos nos deshumaniza, nos devalúa como personas. Es fácil ser solidario y ayudar a otros en la abundancia, lo difícil y meritorio es serlo en tiempos como los actuales, de carencias, de dificultades. Será por eso que a veces decimos que vemos conductas más humanas en los animales que en nosotros mismos. Ocurre en todo, en el congreso, en la política también.