No deberíamos sorprendernos de que el Perú sea retirado del Grupo de Lima -surgido para acompañar con los demás países de la región a una salida democrática consensuada para la nación llanera- que, además, creó y lideró el país, inicialmente durante el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski. En eso debemos ser muy claros y reconocer el liderazgo de PPK que hasta fue objeto de insultos por parte del régimen chavista de Venezuela.
Antes de PPK, la posición del Perú sobre Venezuela era sencillamente nula. Nunca vimos al expresidente Ollanta Humala pechar con relación a la situación creada en Caracas. Durante los gobiernos de Martín Vizcarra, el efímero de Manuel Merino y el de la transición de Francisco Sagasti, sobre todo este último, el Perú prácticamente dejó a su suerte al Grupo de Lima y a su liderazgo, para que Venezuela pudiera encontrar una ruta que la devuelva a la democracia con plena prevalencia del imperio del estado de derecho que no tiene.
El actual canciller Héctor Béjar, mejor plato servido no ha podido tener en el momento actual para darle la estocada final a una vergonzosa participación peruana en el Grupo de Lima, por lo que la diplomacia peruana que terminó hipotecada, a contracorriente con las bases principistas que históricamente tuvo Torre Tagle, con el canciller Raúl Porras Barrenechea, como uno de sus mayores exponentes, de lo que significa el respeto a los valores jurídicos y principios del derecho internacional que toda diplomacia seria defenderá de manera inquebrantable e innegociable.
La decisión de la política exterior del nuevo gobierno del Perú, entonces, no va a afectar de manera relevante nuestra salida porque hace rato que nuestro país desistió de darle el lugar que le correspondía en la región. Las consecuencias de esas bases se perdieron porque nuestros diplomáticos en la condición de autoridades se olvidaron de que el Perú fue el creador de la Carta Democrática Interamericana, firmada por las naciones del continente, en Lima, el 11 de setiembre de 2001, y en la cual fueron consagrados los elevados principios ya anotados, que Porras enseñó con su memorable discurso en la OEA en 1960.